De todas partes vienen (novela histórica) D.Antón, Piriguazú Ediciones
Fragmento del capítulo 2
María Ñangacatú era
una joven guaraní oriunda de la misión jesuítica de San Lorenzo que había
emigrado a San Borja en la niñez (1740) junto con su familia.
El padre de
María, de nombre Benito, era tropero o
camilucho, como acostumbraban llamarlos en las reducciones jesuíticas. Había
arriado tropas desde San Lorenzo a San Borja durante varios años, hasta que se
le pidió que participara en las arriadas desde las vaquerías del mar a Yapeyú y
San Borja.
En esa nueva
tarea había que tropear miles de cabezas por más de cien leguas cruzando
numerosos ríos y arroyos. Benito estaba capacitado para hacerlo. Era un hombre
con larga experiencia y gran habilidad para manejar haciendas cimarronas.
Desde que había
llegado a San Borja y fuera encargado de las larguísimas tropeadas, Benito
Ñangacatú partía por períodos de varios meses rumbo al lejano Pará. Mientras
tanto su familia permanecía en la Misión.
Los hijos de
Benito cumplían diferentes tareas en la reducción. María ayudaba en las labores
de la cocina y sus tres hermanos varones trabajaban en las huertas del pueblo.
Todo parecía
normal en San Borja y los guaraníes misioneros proseguían su vida sin mayores
contratiempos. Continuó así la vida en paz y tranquilidad por bastante tiempo.
Sin embargo,
pronto llegó una noticia que pareció amenazar dicha situación de sosiego
provocando alarma general entre los pobladores. Y ello ocurrió no solo en San
Borja, sino también en las otras reducciones jesuíticas de la Banda Oriental.
Los reyes de
España y Portugal habían acordado rectificar los límites de sus esferas de
influencia en el sur de América. La gravedad de dicho acuerdo era que por el mismo se establecía
que los siete pueblos misioneros al este del río Uruguay pasarían a poder de
Portugal.
Para los
guaraníes cristianizados de las Misiones este cambio de jurisdicción política
implicaba que quedarían otra vez a merced de los bandeirantes esclavistas. Y
evidentemente, apenas se establecieran las nuevas fronteras vendrían otra vez
los bandeirantes con todo lo que su llegada podía representar. El recuerdo de
las vejaciones sufridas en tiempos pasados cuando miles de guaraníes misioneros
habían sido secuestrados en las reducciones jesuíticas y vendidos como esclavos
en São Paulo todavía estaba presente en la memoria de las comunidades
misioneras.
Si bien los
españoles no se caracterizaban por el respeto de los derechos de los pueblos
indígenas, el comportamiento de la corona de Portugal había sido mucho peor,
otorgando a las huestes de aventureros total inmunidad para el secuestro y la
violación de los poblados aborígenes, incluso aquellos que estaban organizados
bajo la éjida de la Compañía de Jesús.
Debemos recordar
que el rol de los jesuitas en las Misiones era poco menos que nominal. Hacía
tiempo que las autoridades efectivas en los pueblos eran los propios jefes
nativos.
Los guaraníes
misioneros no podían aceptar este atentado a sus libertades mínimas.
Luego de
consultas y reuniones decidieron no reconocer el tratado y desconocer la orden
de desalojo. Los líderes de la rebelión eran Nicolás Ñeenguirú y Sepé Tiarajú.
El primero de los nombrados fue declarado Nicolás I, rey de Paraguay.
La guerra se
desencadenó en 1751. A medida que el alzamiento ganaba fuerza, se fueron
incorporando otros pueblos nativos que estaban en rebelión desde hacía tiempo,
los guaraníes cimarrones, los charrúas, los guanoás y otros, iban engrosando el
ejército rebelde. Al cabo de pocos meses esta rebelión ya se había constituido
en una verdadera confederación multiétnica y anti-imperial que habría de
enfrentar a los ejércitos ibéricos para defender su libertad.
El conflicto
duró cinco años. Las fuerzas confederadas establecieron su dominio en todo el
territorio misionero al margen de las autoridades de Buenos Aires o Río de
Janeiro.
El intento
libertario llegó a su fin cuando las potencias ibéricas decidieron despachar un
numeroso contingente militar.
Las fuerzas
guaraníes y luso-españolas se enfrentaron a orillas del arroyo Caibaté.
La batalla fue
una verdadera carnicería.
Los ejércitos
profesionales de Portugal y España estaban habituados a enfrentar multitudes
mal armadas y utilizaron el mejor armamento y organización a su ventaja.
Rápidamente controlaron la situación y aniquilaron al ejército indígena. No
tomaron prisioneros. Casi mil cadáveres quedaron en el campo e batalla. Entre
ellos estaba Sepé Tiarajú
Este es un fragmento del capítulo 2 de la novela histórica "De todas partes vienem". Otros fragmentos serán subidos al blog periódicamente.
Este es un fragmento del capítulo 2 de la novela histórica "De todas partes vienem". Otros fragmentos serán subidos al blog periódicamente.
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