Historia de la Caza de Brujas
Danilo Antón
Los
varios sistemas religiosos mistéricos greco-latinos y orientales
antiguos fueron una forma de rebelión contra el autoritarismo
imperial, que imponía por fuerza su religión en todos los
territorios conquistados. Además de los rituales dionisíacos o
báquicos antes mencionados, se desarrollaron los ceremoniales
órficos, de gran influencia en la génesis de las primeras
comunidades cristianas, los cultos a Isis (de origen egipcio), los de
Mitra (provenientes de Persia) y los Misterios de Attis (cultos de la
Gran Madre, originarios de Frigia).
En
varios momentos históricos estos movimientos religiosos fueron
ilegalizados y censurados. Finalmente, fue precisamente uno de ellos,
el cristianismo, que habría de imponerse en la propia ciudad de
Roma, dando lugar a la disgregación del imperio.
El
cristianismo triunfante, otrora perseguido, pasó a ocupar el lugar
de la autoridad. En tanto que tal, evolucionó gradualmente hacia
modelos intolerantes adoptando actitudes crecientes de arbitrariedad
que llevaron a políticas estatales y eclesiásticas de «caza de
brujas» con una intensidad desconocida hasta ese momento.
Sobre
el fin de la Edad Media europea y durante los primeros dos siglos de
la llamada “Edad Moderna” este proceso se desencadenó con una
virulencia extrema.
La
institución que tuvo a su cargo la persecución fue el llamado
Tribunal del Santo Oficio instaurado por el papado en el siglo XV.
Este
tribunal, habitualmente llamado “la Inquisición”, se dedicó a
perseguir a las personas que se desviaban de la fe católica, en
particular los judíos, los musulmanes, o simplemente aquellas
personas que todavía llevaban a cabo prácticas medicinales
tradicionales, las “brujas”.
Según
Amador de los Ríos, de 1359 a 1525 fueron ejecutadas en España
36060 personas por judaismo, a 350,000 se le confiscaron los bienes
en ese mismo período, luego de pasar estancias en mazmorras
inquisitoriales.
Entre los siglos XV y XVIII bajo la
acusación de “brujería” fueron muertas alrededor de medio
millón de personas, la mayoría mujeres, En un estudio realizado en
el suroeste de Alemania, de 1562 a 1604, sobre 1258 ejecuciones, 82%
eran del sexo femenino, generalmente viejas y comadronas de estratos
humildes (Midlefort)4 .
El sistema de acusación incluía rutinariamente el uso
de la tortura. Los sistemas eran variados, incluyendo el “trato de
cuerda” (en que el torturado era colgado con un peso atado a los
pies y luego soltado para provocar dislocaciones), la prueba del agua
(por la cual se obligaba a tragar agua al detenido con su espalda
apoyada sobre una barra transversal), y la “prueba del fuego” (se
untaban los pies al detenido con materia combustible y luego se
acercaban al fuego).
No se consideraba indicio de inocencia soportar el
suplicio, pues ello podía deberse a “encantamiento diabólico”,
y el inculpado era condenado a pesar de su negativa a confesar.
Las bulas papales habían creado un sistema muy eficaz
de realimentación para la persecución, pues no sólo el acusado
debía pagar su propio alimento mientras pasaba meses o años en el
calabozo, sino que la totalidad de sus bienespasaba al Santo Oficio,
y sus parientes quedaban sometidos a exacción.
Para justificar este tratamiento de personas aún no
condenadas se decía que no podían ser considerados de la misma
manera los “sospechosos” y las personas intachables.
Los familiares de las “brujas” estaban obligados a
pagar la factura por los servicios de los torturadores y verdugos.
Asimismo, la familia corría con el costo de los haces de leña y el
banquete que los jueces daban después de la quema.
Las acusaciones más frecuentes incluían la utilización
de plantas y sustancias psicoactivas (a menudo definidas como
«pociones» o «ungüentos diabólicos”).
Juana de Arco, que fuera quemada en
la hoguera en el siglo XVI, fue acusada de “llevar siempre una
mandrágora en su seno”5 .
En tiempos posteriores, el avasallamiento de las
prácticas tradicionales en Europa fue menos evidente. El
fortalecimiento de los movimientos rebeldes que cristalizó en la
revolución de las colonias inglesas de América del Norte en la
década de 1770 y, a partir de 1789, en Francia, obstruyó la
persecución de curanderos y médicos tradicionales.
Tanto en Europa como en las sociedades criollas
americanas, la “caza de brujas” se desvió a la persecución de
los revolucionarios que propugnaban subvertir los sistemas
absolutistas.
A medida que los movimientos de resistencia ideológica
y utopistas se multiplicaban en los países centrales, y en algunas
de sus principales colonias, las elites económicas y políticas de
éstos, continuaban trasladando sus impulsos expansivos al resto del
mundo
Así se fueron generando extensos imperios que abarcaban
casi todo el orbe conocido. Gradualmente fueron cayendo en manos de
las potencias europeas extensos territorios en Africa, Asia y
Oceanía.
Este proceso implicó un proceso aparentemente
contradictorio. Si bien por un lado fue posible obtener una gran
variedad de plantas desconocidas con usos nuevos e interesantes y
dichas plantas se incorporaron al acervo cultural de la metrópoli,
por otro lado, en las colonias, se imponían prácticas religiosas y
sociales que limitaban la utilización de esas mismas plantas en los
países de origen. En los hechos, la “caza de brujas” se fue
desplazando a la periferia del sistema imperial. Así, a fines del
siglo XIX, varias de las sustancias hoy prohibidas (como la cocaína
y la morfina) se pusieron de moda entre la elite intelectual y
profesional de los países europeos. Fue recién a partir de la
primera década del siglo XX que se reiniciarían con más intensidad
los empujes prohibicionistas de las plantas psicoactivas y los
compuestos de ellas derivados.
De "Pueblos, Drogas y Serpientes", Danilo Antón, Piriguazú Ediciones
Blog in English: daniloanton-en.blogspot.com
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