Aislado en una lejana playa de Jamaica
Corría el año de 1504. Hacía diez meses que Colón se encontraba varado en una playa al norte de Jamaica, alojado en los restos de dos de sus navíos.
Corría el año de 1504. Hacía diez meses que Colón se encontraba varado en una playa al norte de Jamaica, alojado en los restos de dos de sus navíos.
Enfermo y abandonado, veía aproximarse la muerte entristecido por las grandiosas expectativas frustradas debido a la furia de los elementos naturales y a la ingratitud de los hombres.
Desde muchos puntos de vista el cuarto viaje del Almirante había sido desastroso.
Los reyes habían apoyado la empresa a regañadientes. Fueron necesarias trabajosas gestiones y una larga espera. Cuando al fin pudo zarpar de Sevilla el 3 de abril de 1502, la flotilla estaba compuesta de cuatro buques, mucho menos que los 17 que habían compuesto su armada en el Segundo Viaje, o los 30 navíos que en ese mismo momento había logrado alistar Nicolás de Ovando para transportar los productos y riquezas de la colonia de Hispaniola a España.
Tampoco se le autorizó recalar en Santo Domingo. Su intento de entrar a este puerto debido a la inminente llegada de un huracán, fue frustrado pues se le negó el acceso. Al cabo de unas pocas horas de que diera su voz de alarma llegó la enorme tormenta. La presuntuosa flota de De Ovando fue totalmente destruida.
La modesta flotilla de Colón logró sobrevivir gracias a la pericia del Almirante.
Desde muchos puntos de vista el cuarto viaje del Almirante había sido desastroso.
Los reyes habían apoyado la empresa a regañadientes. Fueron necesarias trabajosas gestiones y una larga espera. Cuando al fin pudo zarpar de Sevilla el 3 de abril de 1502, la flotilla estaba compuesta de cuatro buques, mucho menos que los 17 que habían compuesto su armada en el Segundo Viaje, o los 30 navíos que en ese mismo momento había logrado alistar Nicolás de Ovando para transportar los productos y riquezas de la colonia de Hispaniola a España.
Tampoco se le autorizó recalar en Santo Domingo. Su intento de entrar a este puerto debido a la inminente llegada de un huracán, fue frustrado pues se le negó el acceso. Al cabo de unas pocas horas de que diera su voz de alarma llegó la enorme tormenta. La presuntuosa flota de De Ovando fue totalmente destruida.
La modesta flotilla de Colón logró sobrevivir gracias a la pericia del Almirante.
La misión existencial de Colón aún no había terminado
A pesar de todos los inconvenientes y frustraciones, el Almirante no quería morir todavía pues sentía que su misión en la vida estaba inacabada. Había encontrado las tierras del oro en Cariari y Veragua, y sobre todo un lugar de grandes riquezas que los nativos llamaban Amerrique o América, y que él había escuchado pronunciar hacía dos años en los corrillos de Cádiz y en las callejuelas de Triana. Se comentaba que en un viaje reciente organizado por el Rey Fernando y capitaneado por Vicente Yánez Pinzón se había descubierto una tierra firme de gran riqueza así denominada.
Ni el nombre ni la ubicación de Amerrique habían sido mencionados en la misiva confidencial que Colón envió a los reyes españoles por conducto de Diego Méndez. A esta altura de su vida, el viejo lobo de mar desconfiaba de todos y había preferido callar los datos que hubieran podido darle una pista a sus enemigos para continuar arrebatándole los que él creía eran sus legítimos derechos y merecimientos.
El drama estaba aproximándose a su desenlace. Si bien el Almirante pudo regresar a España algunos meses después, su enfermedad continuó agravándose. Dos años más tarde, al morir en Valladolid, se habría de llevar a la tumba los secretos que tan celosamente había guardado acerca de las nuevas tierras de América y sus riquezas.
(extraido sintéticamente de “Amerrique, los Huérfanos del Paraíso”
y “La Mentira del Milenio”; D.Antón, 1997 y 2000). Ilustraciones de Marìa Esther Francia
Ni el nombre ni la ubicación de Amerrique habían sido mencionados en la misiva confidencial que Colón envió a los reyes españoles por conducto de Diego Méndez. A esta altura de su vida, el viejo lobo de mar desconfiaba de todos y había preferido callar los datos que hubieran podido darle una pista a sus enemigos para continuar arrebatándole los que él creía eran sus legítimos derechos y merecimientos.
El drama estaba aproximándose a su desenlace. Si bien el Almirante pudo regresar a España algunos meses después, su enfermedad continuó agravándose. Dos años más tarde, al morir en Valladolid, se habría de llevar a la tumba los secretos que tan celosamente había guardado acerca de las nuevas tierras de América y sus riquezas.
(extraido sintéticamente de “Amerrique, los Huérfanos del Paraíso”
y “La Mentira del Milenio”; D.Antón, 1997 y 2000). Ilustraciones de Marìa Esther Francia
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