lunes, 2 de noviembre de 2015



Introducción al libro Pueblos, Drogas y Serpientes.
Danilo Antón, México, Costa Rica, 2001


Nuevamente están haciendo de las suyas.
Vienen acusando, persiguiendo, agrediendo.
Se creen dueños de la verdad.

En realidad, no tienen la menor idea de lo que dicen, pero igual afirman con suficiencia, con prepotencia.
En otras épocas torturaban y quemaban a las hechiceras que curaban los males de los pobres.
Hoy son más sofisticados, pero igual siguen maltratando, encarcelando, matando.
Han logrado ilegalizar las medicinas antiguas, prohibir las plantas más sagradas, cortar nuestros vínculos con la naturaleza, y con la Madre Tierra.
Son los cazadores de brujas.
Generalmente se trata de gente bien vestida que gana buenos salarios por su misión de hostigamiento. Tienen oficinas bien acondicionadas y conducen vehículos de alto precio.
Los hay de diversas profesiones. Algunos son sacerdotes, otros policías, y un buen número, se dedican a la política para redactar las leyes que los autorizan a violar la libertad ajena.
En realidad, los cazadores de brujas pueden ser cualquier cosa, refugiados detrás de sus máscaras falsas de gente seria y honorable, esconden los más viles instintos.
En lo más profundo de su alma no quieren a nadie. Ni siquiera a sí mismos.
Tal vez porque saben muy bien el contenido de sus oscuros recovecos.
Señalan con su índice a los jóvenes, a las mujeres, a todos los seres humanos que disienten, a los izquierdistas, a los homosexuales, a las madres solteras, y sobre todo, a quienes se atreven a explorar las profundidades de sus propios estados de conciencia. Gastan millones en perseguir aEl mundo contemporáneo ha creado sus propios sistemas ideológicos más o menos dogmáticos que se dan por verdaderos, y por tanto, según las normas culturales vigentes, no merecen dudas. Algunos fueron desarrollados y son promovidos y defendidos por los sectores académicos y cieentíficos, y otros por las élites políticas y religiosas de los países centrales.
quienquiera se niegue a obedecer sus órdenes malsanas. Difunden propaganda por todos los medios a su alcance, que son muchos. Presentan datos erróneos a su conveniencia. Mienten a sabiendas. Persiguen a los campesinos que plantan porque saben, y quienquiera se niegue a obedecer sus órdenes malsanas. Difunden propaganda por todos los medios a su alcance, que son muchos. Presentan datos erróneos a su conveniencia. Mienten a sabiendas. Persiguen a los campesinos que plantan porque saben, y estigmatizan a los pobres de las ciudades porque consumen lo que quieren.
Los cazadores de brujas no son muchos. Pero saben ubicarse en las posiciones de poder que les permiten ordenar y cometer sus arbitrariedades.
¿Que es lo que puede llevar a algunos seres humanos a consagrar su existencia a buscar pecados ajenos dentro de una moral donde las mejores cosas de la vida son pecado?
¿Porque alguien puede gastar tanta energía y desvelos en causar perjuicios a mucha gente buena, inofensiva y pobre?
Tal vez sea el afán desmedido de poder. La necesidad de algunos individuos de tratar con prepotencia a sus semejantes para compensar su propia inseguridad.
Sea cual sea la causa, esta es una herencia que nos acompaña desde hace mucho tiempo.
En otras épocas las desviaciones alienantes eran contenidas a través de la relación permanente e íntima que las comunidades tenían con los vegetales sagrados.
Hoy las plantas maestras, generadoras de visiones, son desconocidas o estigmatizadas por las autoridades y las jerarquías.
Sus actitudes se basan en la ignorancia y la hipocresía. En la falta de respeto a la sabiduría contenida en la complejidad de la naturaleza.
Por ello debemos hacer lo posible por aclarar las cosas, por arrojar luz, por descubrir la verdad.
Tenemos que defender la libertad de ser nosotros mismos. De comulgar con las plantas que queramos. De viajar al cosmos y regresar cada noche de éxtasis y ceremonia sin pedirle permiso a nadie.
Luchar por la libertad de creer y de ser, en un marco de respeto de todos los derechos.

Queremos que este planeta sea una sociedad sin cazadores ni víctimas. Un mundo en donde los seres humanos puedan sentirse semejantes y hermanos, entre sí y con todos los demás organismos, plantas o animales, que nos acompañan en nuestra viaje existencial hacia el futuro.

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