Introducción al libro Pueblos, Drogas y Serpientes.
Danilo Antón, México, Costa Rica, 2001
Nuevamente están haciendo de las suyas.
Vienen acusando, persiguiendo, agrediendo.
Se creen dueños de la verdad.
En realidad, no tienen la menor idea de lo que dicen,
pero igual afirman con suficiencia, con prepotencia.
En otras épocas torturaban y quemaban a las hechiceras
que curaban los males de los pobres.
Hoy son más sofisticados, pero igual siguen
maltratando, encarcelando, matando.
Han logrado ilegalizar las medicinas antiguas, prohibir
las plantas más sagradas, cortar nuestros vínculos con la
naturaleza, y con la Madre Tierra.
Son los cazadores de brujas.
Generalmente se trata de gente bien vestida que gana
buenos salarios por su misión de hostigamiento. Tienen oficinas bien
acondicionadas y conducen vehículos de alto precio.
Los hay de diversas profesiones. Algunos son sacerdotes,
otros policías, y un buen número, se dedican a la política para
redactar las leyes que los autorizan a violar la libertad ajena.
En realidad, los cazadores de brujas pueden ser
cualquier cosa, refugiados detrás de sus máscaras falsas de gente
seria y honorable, esconden los más viles instintos.
En lo más profundo de su alma no quieren a nadie. Ni
siquiera a sí mismos.
Tal vez porque saben muy bien el contenido de sus
oscuros recovecos.
Señalan con su índice a los jóvenes, a las mujeres, a
todos los seres humanos que disienten, a los izquierdistas, a los
homosexuales, a las madres solteras, y sobre todo, a quienes se
atreven a explorar las profundidades de sus propios estados de
conciencia. Gastan millones en perseguir aEl mundo contemporáneo ha
creado sus propios sistemas ideológicos más o menos dogmáticos que
se dan por verdaderos, y por tanto, según las normas culturales
vigentes, no merecen dudas. Algunos fueron desarrollados y son
promovidos y defendidos por los sectores académicos y cieentíficos,
y otros por las élites políticas y religiosas de los países
centrales.
quienquiera se niegue a obedecer sus órdenes malsanas.
Difunden propaganda por todos los medios a su alcance, que son
muchos. Presentan datos erróneos a su conveniencia. Mienten a
sabiendas. Persiguen a los campesinos que plantan porque saben, y
quienquiera se niegue a obedecer sus órdenes malsanas. Difunden
propaganda por todos los medios a su alcance, que son muchos.
Presentan datos erróneos a su conveniencia. Mienten a sabiendas.
Persiguen a los campesinos que plantan porque saben, y estigmatizan a
los pobres de las ciudades porque consumen lo que quieren.
Los cazadores de brujas no son muchos. Pero saben
ubicarse en las posiciones de poder que les permiten ordenar y
cometer sus arbitrariedades.
¿Que es lo que puede llevar a algunos seres humanos a
consagrar su existencia a buscar pecados ajenos dentro de una moral
donde las mejores cosas de la vida son pecado?
¿Porque alguien puede gastar tanta energía y desvelos
en causar perjuicios a mucha gente buena, inofensiva y pobre?
Tal vez sea el afán desmedido de poder. La necesidad de
algunos individuos de tratar con prepotencia a sus semejantes para
compensar su propia inseguridad.
Sea cual sea la causa, esta es una herencia que nos
acompaña desde hace mucho tiempo.
En otras épocas las desviaciones alienantes eran
contenidas a través de la relación permanente e íntima que las
comunidades tenían con los vegetales sagrados.
Hoy las plantas maestras, generadoras de visiones, son
desconocidas o estigmatizadas por las autoridades y las jerarquías.
Sus actitudes se basan en la ignorancia y la hipocresía.
En la falta de respeto a la sabiduría contenida en la complejidad de
la naturaleza.
Por ello debemos hacer lo posible por aclarar las cosas,
por arrojar luz, por descubrir la verdad.
Tenemos que defender la libertad de ser nosotros mismos.
De comulgar con las plantas que queramos. De viajar al cosmos y
regresar cada noche de éxtasis y ceremonia sin pedirle permiso a
nadie.
Luchar por la libertad de creer y de ser, en un marco de
respeto de todos los derechos.
Queremos que este planeta sea una sociedad sin cazadores
ni víctimas. Un mundo en donde los seres humanos puedan sentirse
semejantes y hermanos, entre sí y con todos los demás organismos,
plantas o animales, que nos acompañan en nuestra viaje existencial
hacia el futuro.
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