Segunda Parte Más allá del océano
De todas partes vienen (novela de Danilo Antón)
(continuación del capítulo: “Más allá del océano”)
La columna iba avanzando lentamente. Adelante variosjinetes encabezaban la marcha, otros secuestradores con
perros controlaban lateralmente los movimientos de los
prisioneros. Atrás, otros tantos jinetes cerraban la caravana.
Antes que se hiciera la noche, aprovechando el estiaje,
atravesaron el río Cuanza, y al cabo de varios días de caminata
llegaron a la costa atlántica desde donde partían los
buques para su travesía transoceánica.
A fines del siglo XVI, en el sur del litoral angoleño, se
había establecido el fuerte Benguela, que fue uno de las
primeras plazas portuguesas para la conquista y colonización
del territorio contiguo. Algunas décadas más tarde,
se fundó la ciudad de Benguela propiamente dicha, que
fuera utilizada como puerto de llegada y embarque de
los esclavos secuestrados en el interior del país. Debido
a la escasa profundidad en las cercanías de la costa, los
buques debían anclar a varias cuadras de la orilla, hacia
los cuales debían transferirse las cargas utilizando embarcaciones
de menor calado. Fue a esta ciudad que llegó
la expedición con los prisioneros nganguela.
En esos momentos, caían las primeras lluvias de la estación
húmeda y comenzaban a llenarse de barro las calles
de tierra de la ciudad.
Había mucho movimiento, pasaban carruajes y jinetes
en todas direcciones. Sobre la costa se veían varios veleros
esperando recoger sus cargas humanas, y algunos
botes llevando y trayendo tripulaciones y cautivos a las
embarcaciones.
Al principio, los prisioneros eran mantenidos en un gran
espacio abierto cercano a los muelles, para luego ser
trasladados a grandes galpones, hombres en un sector,
las mujeres en otro. Allí fue que Lukamba vió por
última vez a su madre, quien lo miraba con ojos casi
resignados frente al tratamiento inmisericordioso que
estaban recibiendo..
Pedro D’Agostinho, capitán del velero São Jorge, había
arribado la noche anterior. Venía desde Río de
Janeiro con las bodegas casí vacías, apenas algunos
encargos del Almirante Joazinho da Silva que incluían
muebles, platería y armas, a lo que se agregaba un
cargamento de aguardiente de Bahía, Este permitiría
mantener contentos a los intermediarios angoleños
que eran quienes proporcionaban los esclavos, que
eran la base del negocio.
El capitán Pedro sabía que las bodegas estarían llenas
para su regreso a Brasil. Llevaría por lo menos unos
200 esclavos, que contando las bajas por enfermedades
y suicidios, serían por lo menos 150 para la venta
en los mercados cariocas. Pensaba que, de no mediar
ningún contratiempo, el viaje dejaría un buen margen
y compensaría con creces los trabajos y molestias de
la travesía.
Los siguientes días Lukamba los pasó tirado en el suelo
y encadenado. Los guardias que le hablaban y gritaban
en ovimbundo y portugués, le alcanzaban una vez por
día una torta de mandioca o maíz y un jarro de agua con
los cuales tenía que aguantar el resto de la jornada. El
ambiente era caluroso y fétido. Los cautivos debían hacer
sus necesidades en el mismo lugar donde se encontraban,
aumentando la pestilencia.
Durante su estadía en el lugar vio acercarse varios hombres,
blancos, africanos y misturados que casi seguramente
discutían del precio y destino que habrían de darle a los
prisioneros. Entre ellos estaba Dom Pedro D’Agostinho.
Pasaron varios días en ese ambiente hediondo hasta que
llegaron más guardias acompañados por hombres uniformados
que les ordenaron levantarse, ponerse en fila y
caminar hasta el muelle. Allí los dispusieron en grupos de
veinte para ser gradualmente embarcados en chalanas
rumbo a los buques que los esperaban anclados a una
distancia prudencial de la costa.
Los cautivos eran, en su gran mayoría, individuos muy
jóvenes, incluyendo muchos adolescentes y niños de ambos
sexos. Los varones estaban apretujados en los dos
pisos inferiores de la bodega del barco, acostados horizontalmente
y encadenados a sus literas. Las mujeres,
también encadenadas, habían sido ubicadas en el piso
superior, dispuestas de la misma forma.
El personal de abordo del buque estaba constituido por
una treintena de tripulantes, varios portugueses de la
metrópoli, algunos “lançados” de Guinea y del Congo
y un par de africanos. De estos últimos, solamente un
hombre ovimbundo daba órdenes comprensibles para
Lukamba. El otro africano venía de Dahomey donde se
hablaba un idioma totalmente diferente.
Durante el viaje Lukamba intentó conversar con los compañeros
de travesía contiguos a su litera, pero no logró
hacerse entender. No había ningún nganguela cerca.
Pudo comprobar que había ovambos, ambundos e incluso
algún herero capturado en el sur. Como todos los
nganguelas, Lukamba tenía nociones de ovimbundo, que
era en cierto modo la lingua franca de Angola central.
También sabía algunas palabras sueltas de portugués
debido a la presencia prolongada de esta potencia colonial
en las zonas costeras, pero las lenguas de los
países africanos del norte y del sur le eran totalmente
incomprensibles.
El capitán del São Jorge había programado el viaje en esa
época para aprovechar los vientos del este, los famosos
alisios o easterlies, como eran llamados por los marinos
ingleses, Estos vientos ayudaban la navegación hacia el
oeste y acortaban sensiblemente la travesía desde África
a las costas de Brasil.
El viaje fue tranquilo y rápido. Ninguna tormenta fuera de
lo común, apenas unas marejadas de corta duración
Algunos cautivos se enfermaron, y hubo una decena que
murieron y fueron arrojados por la borda como solía hacerse.
Por lo demás no hubo mayores problemas.
Al fin del trayecto el buque estaría llegando la Bahía de
Guanabara en la costa brasileña con más de 150 prisioneros
africanos que serían vendidos en el mercado local. (continúa)
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