La desaparición de los chacareros
Las corporaciones de intermediación se apoderan del mundo
En el mundo contemporáneo el control de la distribución y del acceso al consumo de los productos agrícolas y agroindustriales está en manos de las grandes empresas de intermediación y distribución, en particular las corporaciones que controlan las cadenas de supermercados.
Los productores y los consumidores son rehenes de dichos grupos económicos y financieros. Esta situación se da a nivel global y es particularmente notoria en los países centrales de América del Norte y Europa.
En los Estados Unidos las entidades corporativas gigantes ya controlan los sectores de procesamiento y distribución de la mayoría de los productos agrícolas y pronto se apoderarán de los espacios productivos. Debido a los requerimientos de capital, la producción agrícola sólo puede funcionar eficazmente con una estructura empresarial de tipo corporativo.
Progresivamente las grandes compañías se apoderan de los diferentes aspectos de la producción agrícola, ya sea a través de apropiación directa (compra, instalación de establecimientos) o a través de acuerdos contractuales con los productores individuales.
Aquellos que se rehusan a aceptarlo no encuentran mercados para sus productos.
Por lo tanto, las opciones que se presentan a los agricultores son: 1) aumentar su escala de producción, 2) rendirse y volverse empleados de alguna corporación o 3) emigrar. La primera opción es difícil porque los precios bajos de sus productos impiden acumular capital y los créditos están muy limitados (y al final pueden terminar empujando a la bancarrota). En la práctica los agricultores terminan rindiéndose o emigrando a la ciudad.
Si sigue este proceso, los chacareros sobrevivientes se transformarán en asalariados de las grandes compañías. Basta observar la estructura empresarial de la industria avícola para darse cuenta hacia donde van a ir los otros sectores. Hace años que las grandes compañías estadounidenses controlan las raciones, y el productor de raciones individual es una rareza. La producción porcina ya ha caído en manos corporativas llevando los precios al productor a sus niveles más bajos de la historia. También hace tiempo que la producción de frutas frescas y de verduras está en manos de las grandes corporaciones.
El modelo de apoderamiento de los cultivos será probablemente diferente. Allí se utilizará el mecanismo de hacer valer derechos intelectuales sobre los organismos genéticamente modificados. De acuerdo al derecho vigente, los organismos modificados pueden ser patentados, y dan al poseedor de la patente derechos exclusivos para su utilización.
Las corporaciones que poseen estos "derechos" llegan a acuerdos con las compañías que controlan el procesamiento y la distribución de los productos asegurando el dominio efectivo y total de toda la cadena.. Debido a ello no habrá mercado para quienes pretendan cultivar variedades no modificadas genéticamente. El mismo método se ha de aplicar a la producción animal en general.
En ese contexto, el aumento persistente de la productividad agrícola y pecuaria está relacionada con el aumento de las escalas de las plantas de procesamiento y de las redes de distribución. Esta mayor escala permite supuestamente costos menores.
La estructura que se está imponiendo es lo que se llama “integración vertical”. Se trata de algo que ya está pasando en la industria porcina. Cada vez más el control es de arriba hacia abajo, con los productores actuando como subordinados o asalariados de las grandes compañías.
Para justificar la destrucción de la chacra se argumentará que esto es necesario para que el público pueda tener un aprovisionamiento suficiente y seguro a un precio razonable. Sin embargo, la verdadera razón es la obtención de poder económico puro y simple.
¿Podrán los chacareros competir con las corporaciones? ¿Por ejemplo, a través de cooperativas? Tal vez, pero por poco tiempo. Su futuro, en el mejor de los casos, es muy dudoso.
Este asunto no tiene como objetivo lograr una mayor eficiencia económica o minimizar los costos de producción, sino lisa y llanamente: obtener un poder comercial mayor. ¿Que podrán hacer los chacareros frente a esta situación? ¿Aceptarán continuar sacrificándose para poder competir? De todas maneras, la agricultura, tal como la conocemos, parece estar llegando a su fin.
El espejismo de la eficiencia
A pesar de la disminución de los precios pagados al agricultor, estos no se ven reflejados a nivel de los consumidores. Desde 1984 hasta el 2000 el precio real de la canasta de alimentos aumentó 2.8% mientras que el precio pagado al agricultor de esa misma canasta disminuyó 35.7%. Esta situación también existe para los diferentes componentes de la canasta, productos de carne, pollos, huevos, lácteos, cereales y productos de panadería, frutas y verduras frescas y frutas y verduras procesadas.
Las diferencias entre lo que paga el consumidor y lo que recibe el productor es absorbido por las estructuras corporativas de las cadenas de distribución e industrias asociadas. Estos grupos financieros, crecientemente consolidados, internalizan los ahorros para generar mayores ganancias, salarios ejecutivos más elevados y mayores precios y dividendos de las acciones. Los agricultores y los consumidores reciben las migajas si es que reciben algo.
La creciente concentración disminuye la transparencia de los mercados, y aunque tengan la apariencia de mercados, en realidad todos están comerciando en precios que fija “alguien” en otra parte.
Las decisiones productivas y ambientales están cada vez más en manos de unos pocos gerentes de corporaciones y no de la gente que en los hechos cultiva la tierra.
Durante la década de 1990, en los EE.UU., las tasas de retorno sobre el capital (equity) fueron de 18% para las cadenas de supermercados, 17.2% para las empresas industrializadoras y empacadoras de alimentos y 4.5% para los agricultores. A pesar de estas ganancias, los precios al consumidor no disminuyeron, se mantuvieron estables o aumentaron ligeramente. A la vez, los productores han visto los precios de sus productos disminuidos progresivamente. Debido a ello muchos pequeños productores se han tenido que ir del campo, los medianos están al borde de la quiebra, e incluso los grandes tienen dificultades.
¿Adonde va la diferencia? Con toda seguridad a engrosar las burocracias ejecutivas de las grandes corporaciones y los dividendos pagados a sus accionistas. En otras palabras, a alimentar el sistema financiero.
Esta situación expulsa a los jóvenes de la producción agrícola. El promedio de edad de los granjeros y chacareros estadounidenses se acerca a los 60 años. En los Estados Unidos los agricultores son pocos y están viejos.
Recientemente se ha comprobado que aumentó la cantidad de mujeres que gestionan establecimientos agropecuarios (en 5 años aumentó 27%) pero probablemente se debe a que las mujeres tienen mayor expectativa de vida y sobrevivieron a sus conyugues. Se reconoce también que los hijos de los chacareros se niegan a permanecer en sus hogares rurales.
Por esa razón la disminución de las empresas agrícolas familiares continúa y muchos chacareros (y chacareras) deben dejar la actividad por insostenibilidad económica y social.
La mayoría de las tierras “abandonadas” se transfieren a sociedades y grandes corporaciones. En la actualidad la propiedad ausentista de la tierra es el 60% de las tierras cultivadas y 30% de las de pastoreo.
Los agricultores y los propietarios de la tierra ya no son las mismas personas.
Para los productores con una cultura agrícola antigua, los cultivos y los alimentos son todavía sagrados. Pero gradualmente, cada vez más, para la mayoría, la agricultura es simplemente otro negocio, y los alimentos meramente productos que se compran y se venden. Los que todavía tratan a los alimentos y los cultivos como sagrados suelen ser etiquetados como anticuados, extraños, radicales o ingenuos. Sin embargo, los agricultores experientes son portadores de una gran sabiduría que no se improvisa ni se aprende en un cursillo apresurado.
En ese sentido, el chacarero es como un violinista que logra el dominio de su instrumento luego de muchos años de aprendizaje.
Cuando falten los agricultores se irá con ellos el conocimiento agrícola imprescindible para la producción sostenible. No hay sistema corporativo que pueda sustituir el valor de la experiencia de campo.
En los EE.UU. esta situación está llevando a la decadencia productiva y a la dependencia alimenticia. Desde el Uruguay, pequeño y agropecuario, deberíamos aprender la lección.
La inserción en el mercado internacional es necesaria y debemos promoverla con certidumbre. Sin embargo, al mismo tiempo tenemos que desarrollar políticas que aseguren la permanencia de los productores en sus campos y la transmisión de los conocimientos chacareros y pecuarios a las nuevas generaciones, evitando que continúe la nefasta emigración rural.
Solo así se asegurará la sustentabilidad productiva y existencial del país en el futuro.
DA 2006
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