Comparto unas reflexiones contenidas en mi libro "Pueblos, Drogas y Serpientes" (2002, Piriguazù Ed.;Costa Rica, Uruguay)
La Luz al Fin del Desfiladero
«Las dietas son espacios privilegiados
para el trabajo sobre nosotros mismos.»1
Ninguna cultura sobre la Tierra está tan profundamente alienada de la naturaleza que la rodea como el mundo industrial-consumista contemporáneo.
A pesar de la situación creciente de crisis, y las contradicciones irreconciliables entre las estrategias y los recursos, se continúa avanzando hacia la catástrofe con total indiferencia.
Debemos reconocer la profundidad de nuestro dilema histórico en tanto que especie.
Si permitimos que las autoridades de la política, de la economía y de la seudociencia continúen decidiendo dónde se puede o no enfocar legítimamente la curiosidad humana, continuaremos frustrando nuestras posibilidades potenciales. Las restricciones autoritarias y tutoriales a la imaginación son degradantes y grotescas.
Los gobiernos interfieren en la dieta, se entrometen en qué cosas se pueden ingerir y cuáles están prohibidas.
Restringen la investigación sobre las sustancias psicoactivas, que podrían proporcionar enfoques psicológicos y médicos valiosos, y además impiden su uso religioso y espiritual.
No se reprime simplemente UNA sensibilidad religiosa, sino LA sensibilidad religiosa, la «religación» espiritual que se basa en la relación entre plantas y humanos que existían mucho antes del advenimiento de la «historia».
No se puede posponer más una reevaluación honesta de los verdaderos costos y beneficios del uso de dichas plantas contra los costos y beneficios de su NO USO.
La cultura global está en peligro de sucumbir a un esfuerzo para excluir el problema de su propia falta de conciencia a través de un terrorismo militar y policial arbitrario y cruel contra usuarios y productores de ciertas sustancias que han sido catalogadas como «drogas».
Esta actitud está basada en desinformación e ignorancia histórica.
Los prejuicios profundamente enraizados explican porqué la mente industrial y consumista se pone repentinamente ansiosa y represiva frente a «las drogas».
Los cambios de conciencia que inducen las sustancias fuertes revelan irrevocablemente que la vida mental de los seres humanos tiene bases físicas. En ese sentido, las drogas psicoactivas enfrentan el principio de la inviolabilidad y estatus especial del alma, que ha sido impuesto por la ideología “cristiana” y otros paradigmas religiosos análogos por más de dos milenios.
Las plantas sagradas y sus efectos psicosociales también se enfrentan a la idea moderna del ego, su inviolabilidad y sus estructuras de control.
El ego siente terror al ver disueltas sus fronteras con el mundo. Esto explica la supresión de lo femenino, que es nuestro vínculo más carnal con la naturaleza y el pasado remoto, el prejuicio profundo que impide evaluar correctamente lo extraño y lo exótico, y el terror irracional frente a las experiencias trascendentales propias y ajenas.
En resumen, los encuentros con las plantas psicoactivas ponen en tela de juicio toda la visión paradigmática de la sociedad de dominación.
Por esa razón, no se las puede permitir. Deben ser eliminadas, estigmatizadas. Ellas simbolizan la peor subversión, la subversión que provoca la verdad y el conocimiento cuando se alumbran en el interior de la conciencia.
Hay que encarcelar a todos los intrépidos que se atrevan a jugar con la base del sistema.
La cultura global, auto-intoxicada por los subproductos venenosos de su tecnología, es la heredera infeliz de la actitud persecutoria que sostiene que la alteración de conciencia a través de las plantas es de alguna manera, errónea, onanística y perversamente antisocial.
En síntesis, la supresión del conocimiento chamánico, con su insistencia en la disolución extásica del ego, está robándonos del significado de la vida y nos ha hecho enemigos del planeta, de nosotros mismos y de nuestros descendientes.
Los dominadores, con su actitud de cazadores de brujas están matando la sabiduría matriarcal, y en ella, la verdad final que nos define: nuestra condición irrenunciable de seres naturales.
Es tiempo para el cambio.
A pesar de la situación creciente de crisis, y las contradicciones irreconciliables entre las estrategias y los recursos, se continúa avanzando hacia la catástrofe con total indiferencia.
Debemos reconocer la profundidad de nuestro dilema histórico en tanto que especie.
Si permitimos que las autoridades de la política, de la economía y de la seudociencia continúen decidiendo dónde se puede o no enfocar legítimamente la curiosidad humana, continuaremos frustrando nuestras posibilidades potenciales. Las restricciones autoritarias y tutoriales a la imaginación son degradantes y grotescas.
Los gobiernos interfieren en la dieta, se entrometen en qué cosas se pueden ingerir y cuáles están prohibidas.
Restringen la investigación sobre las sustancias psicoactivas, que podrían proporcionar enfoques psicológicos y médicos valiosos, y además impiden su uso religioso y espiritual.
No se reprime simplemente UNA sensibilidad religiosa, sino LA sensibilidad religiosa, la «religación» espiritual que se basa en la relación entre plantas y humanos que existían mucho antes del advenimiento de la «historia».
No se puede posponer más una reevaluación honesta de los verdaderos costos y beneficios del uso de dichas plantas contra los costos y beneficios de su NO USO.
La cultura global está en peligro de sucumbir a un esfuerzo para excluir el problema de su propia falta de conciencia a través de un terrorismo militar y policial arbitrario y cruel contra usuarios y productores de ciertas sustancias que han sido catalogadas como «drogas».
Esta actitud está basada en desinformación e ignorancia histórica.
Los prejuicios profundamente enraizados explican porqué la mente industrial y consumista se pone repentinamente ansiosa y represiva frente a «las drogas».
Los cambios de conciencia que inducen las sustancias fuertes revelan irrevocablemente que la vida mental de los seres humanos tiene bases físicas. En ese sentido, las drogas psicoactivas enfrentan el principio de la inviolabilidad y estatus especial del alma, que ha sido impuesto por la ideología “cristiana” y otros paradigmas religiosos análogos por más de dos milenios.
Las plantas sagradas y sus efectos psicosociales también se enfrentan a la idea moderna del ego, su inviolabilidad y sus estructuras de control.
El ego siente terror al ver disueltas sus fronteras con el mundo. Esto explica la supresión de lo femenino, que es nuestro vínculo más carnal con la naturaleza y el pasado remoto, el prejuicio profundo que impide evaluar correctamente lo extraño y lo exótico, y el terror irracional frente a las experiencias trascendentales propias y ajenas.
En resumen, los encuentros con las plantas psicoactivas ponen en tela de juicio toda la visión paradigmática de la sociedad de dominación.
Por esa razón, no se las puede permitir. Deben ser eliminadas, estigmatizadas. Ellas simbolizan la peor subversión, la subversión que provoca la verdad y el conocimiento cuando se alumbran en el interior de la conciencia.
Hay que encarcelar a todos los intrépidos que se atrevan a jugar con la base del sistema.
La cultura global, auto-intoxicada por los subproductos venenosos de su tecnología, es la heredera infeliz de la actitud persecutoria que sostiene que la alteración de conciencia a través de las plantas es de alguna manera, errónea, onanística y perversamente antisocial.
En síntesis, la supresión del conocimiento chamánico, con su insistencia en la disolución extásica del ego, está robándonos del significado de la vida y nos ha hecho enemigos del planeta, de nosotros mismos y de nuestros descendientes.
Los dominadores, con su actitud de cazadores de brujas están matando la sabiduría matriarcal, y en ella, la verdad final que nos define: nuestra condición irrenunciable de seres naturales.
Es tiempo para el cambio.
1 Ref. Rosa Giove, «Descubriendo la cuadratura del círculo, el ikono de la A»; Revista Takiwasi Nº5 año 3, Setiembre 1997.
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