Elaine Morgan: una revolución paradigmática en antropología
Elaine Morgan fue una estudiosa británica, nacida en Gales en noviembre de 1920, que dedicó gran parte de su vida a investigar los orígenes de la humanidad. A pesar de que su profesión, periodista, puede parecer alejada de la biología evolutiva o la antropología, esta sorprendente mujer ha sido capaz, a lo largo de más de treinta años, de realizar un trabajo de gran rigor científico y, en opinión de algunos expertos en el tema, «sus escritos no muestran señal alguna de amateurismo. Elaine Morgan ha realizado una genuina contribución a la teoría de la evolución».
El modelo evolutivo defendido por Morgan, sin embargo, ha sido muy poco valorado por la comunidad científica en general. Las razones de este rechazo son tan difíciles de entender que ciertos autores sostienen que «el coste de dar la razón a Elaine Morgan provocaría una profunda crisis en la Paleoantropología. Su marginación bien podría ser el precio por su heterodoxia.»
Dicho esto, para aproximarnos brevemente al modelo propuesto por esta investigadora, conviene empezar por una cuestión crucial que atañe a los comienzos de nuestra evolución, y que no tiene como fin realzar nuestras similitudes con los grandes simios, sino que por el contrario centra la atención en lo que nos distingue. Esto es: ¿Por qué los humanos y los simios muestran llamativas diferencias entre ellos a pesar de su estrecha semejanza genética?
Desde un punto de vista darwiniano, los evolucionistas usualmente atribuyen tales diferencias a los efectos de distintas presiones ambientales. Siguiendo este razonamiento, puede suponerse que, a partir de una población antecesora común, la línea evolutiva que dio origen a los homínidos se escindió de la que originó a los chimpancés y a los gorilas, y ocuparon hábitats distintos que explicarían sus divergencias.
Durante casi todo el siglo XX, mayoritariamente se ha asumido que el entorno que propició la evolución humana fue considerablemente más seco que aquel en que vivieron nuestros parientes africanos. En otras palabras, los expertos han considerado que las principales diferencias simio/humano pueden justificarse por el alejamiento de una población ancestral desde la selva o el bosque húmedo hacia los espacios abiertos y secos de las praderas africanas. Conocido como hipótesis de la sabana, este modelo evolutivo fue rápidamente admitido y ejerció una poderosa influencia sobre la Paleoantropología.
No obstante, el modelo de la sabana no ha sido el único propuesto. Algunos evolucionistas, entre los que destaca Elaine Morgan, han sugerido que los primeros homínidos, tras abandonar los bosques, recorrieron un inusual camino evolutivo conectado al ambiente acuático (de agua dulce o marina). Este entorno, al someterlos a presiones ambientales distintas a las de sus primos africanos, habría propiciado el surgimiento de características anatómicas singulares propias de nuestro linaje.
Gorilas caminando erguidos.
En defensa del escenario acuático Elaine Morgan llevó a cabo una relación rigurosamente elaborada de los caracteres que hacen que los humanos seamos llamativamente distintos de los simios y también de los otros mamíferos de la sabana. La autora se está refiriendo a: el andar bípedo, la pérdida del pelo corporal, la presencia de una capa de grasa subcutánea o el desarrollo de un cerebro grande.
Según Morgan, los antepasados de los homínidos habrían vivido durante un prolongado período de tiempo en un hábitat inundado semi-acuático –entendiendo por semi-cuático alternancia de periodos en tierra y periodos en el agua para huir de depredadores o buscar alimentos– antes de retornar a un estilo de vida predominantemente terrestre. Así, cuando llegaron a la sabana los homínidos eran ya diferentes de los simios: presentaban características anatómico-fisiológicas que se detectan con frecuencia en los animales acuáticos.
Entre los defensores de una fase acuática en la evolución humana anteriores a Morgan, destaca el médico patólogo alemán Max Westenhofer (1871-1957) quien, en un artículo publicado en 1923, señalaba que en los órganos humanos se detectan aspectos que también están presentes en los animales acuáticos. Sus argumentos, sin embargo, nunca fueron tenidos en cuenta ni discutidos por otros autores, y apenas se conocieron.
El biólogo marino británico y profesor de Oxford sir Alister Hardy (1896-1985) retomó nuevamente ese modelo en 1960. Después de haber estudiado las capas de grasa subcutánea de las ballenas y las focas, cuya función en el agua es de aislante térmico, Hardy se planteó la posibilidad de que el ser humano, que también presenta grasa subcutánea, hubiese estado en el pasado estrechamente relacionado a un medio acuoso. Pero la recepción entre sus pares del modelo fue muy escasa. Sólo un científico en aquellos años la consideró públicamente como «muy convincente», y pronto la teoría fue relegada al olvido.
Unos años más tarde, en 1967 y en su celebrado libro El mono desnudo, Desmond Morris (1928) dedicó sólo un par de páginas a resumir los argumentos de Hardy. Despreció su hipótesis por considerar que no estaba demostrada, y que si fuera cierta su importancia sería mínima.
Elaine Morgan, por el contrario, ha señalado que cuando ella leyó sobre la hipótesis del medio acuático en nuestro remoto pasado sintió «como si todo el paisaje evolutivo se hubiese transformado […]. Me dejó atónita que una clave como esta se hubiera puesto en manos de los expertos y que ellos continuasen escribiendo sobre el descenso de los árboles a las llanuras como si nada hubiese pasado». La científica dedicó más de treinta años a defender y modernizar la hipótesis de Hardy, y hasta su fallecimiento en julio de 2013 ha sido su principal, aunque no única, mentora.
Desde finales del siglo XX, y al calor de los últimos descubrimientos, el relato tradicional sobre cómo evolucionaron algunas de las características que hoy nos distinguen de los simios se ha sometido a un duro escrutinio. Uno de sus resultados ha sido constatar que gran parte de las adaptaciones propias de los homínidos ya existían cuando éstos se desplazaron a las planicies abiertas africanas. Así por ejemplo, el carácter que define a los homínidos, andar únicamente sobre las extremidades posteriores, hoy se admite que surgió un millón de años antes de lo supuesto, lo que ha debilitado considerablemente la hipótesis de la sabana.
Los últimos descubrimientos desconcertaron a los paleoantropólogos, y algunos, aunque pocos, pensaron que la hipótesis acuática podría discutirse con mayor cuidado. Por ejemplo en 1995, el prestigioso investigador Philips Tobias (1925-2012), en una conferencia científica celebrada el University College de Londres, apuntaba que «debemos gratitud a Elaine Morgan por la manera rigurosa con la que ha reunido y encajado un cuerpo enorme de evidencias». Asimismo, advertía que «ahora, al menos, los estudiosos deberían ser capaces de examinar el modelo acuático con la mente más abierta que antes, cuando todo estaba cubierto por la hipótesis de la sabana».
Sin embargo, muy pocos científicos se tomaron el modelo acuático lo suficientemente en serio como para comenzar un debate académico de gran alcance. La mayor parte permaneció ajena al tema, a pesar de que no han hecho públicas con claridad las razones concretas de su rechazo. Acerca de esto, el conocido científico Daniel Dennett (1942), en su celebrado libro La peligrosa idea de Darwin, 1999, ha comentado: «Durante los últimos años, cuando me he encontrado en compañía de distinguidos biólogos, evolucionistas teóricos, paleoantropólogos y otros expertos, a menudo les he pedido que me expliquen, por favor, exactamente por qué Elaine Morgan está equivocada respecto a la teoría acuática. Hasta ahora no he obtenido una respuesta que merezca la pena mencionar, además de las de aquellos que admiten, con una chispa en sus ojos, que también se han hecho la misma pregunta».
Con todo, el registro fósil está ofreciendo llamativas señales. A título sólo de ejemplo señalemos que en 1994 el prestigioso paleoantropólogo Tim White y su equipo descubrieron en Afar, Etiopía, a Ardipithecus ramidus, de unos 4,4 millones de años. El notable hallazgo se publicó en la revista Nature bajo el título Los humanos más antiguos vinieron de Afar y sus autores afirmaban que los fósiles descubiertos pertenecían a «criaturas semejantes a simios que vivieron en una llanura forestal inundada». Este trascendente descubrimiento se ha revelado compatible con la hipótesis acuática, tanto en términos de localización como en ecología.
Ciertamente, en un escenario acuático un grupo de simios podría haberse enderezado sobre sus patas traseras con el fin de desplazarse. Al respecto, Elaine Morgan ha subrayado: «Me parece probable que el ser humano aprendiese a mantenerse erguido primero en el agua y luego, a medida que su equilibrio mejoraba, descubriese al salir que se había vuelto mejor equipado para permanecer de pie en la costa». El bipedismo tuvo gran importancia evolutiva, como tan bien describiera la científica: «fue la forma en que caminamos, más que la forma en que pensamos, la que primero no separó de nuestros primos los simios».
En apoyo del modelo acuático, también hay que tener en cuenta, y Elaine Morgan lo recordado con frecuencia, las diversas ocasiones en que se han observado a los chimpancés caminar erguidos cuando los suelos de su hábitat se encharcan, por ejemplo durante o después de lluvias copiosas. Igualmente, existen fotografías que muestran a gorilas erguidos desplazándose de un sitio a otro con el agua llegándoles hasta las caderas.
Por su parte, los bonobos (otra especie de chimpancé, considerada la más próxima a nosotros) habitan principalmente en zonas boscosas del Zaire; se trata de regiones que se inundan estacionalmente e incluso en la época más favorable mantienen el aspecto de un pantano. Y se ha observado que, de manera espontánea, estos simios se desplazan bípedamente con cierta frecuencia. Según Elaine Morgan, «el caminar a través del agua es la única circunstancia conocida que lleva a una locomoción bípeda constante en los primates en condiciones naturales. Sin embargo […] ningún artículo científico ha destacado el hecho de que el bonobo vive en áreas forestales inundadas».
Con todo, en los últimos años parece que la situación está empezando a cambiar. Así por ejemplo, el ecólogo marino y profesor de investigación del CSIC, Carlos Duarte Quesada, ha defendido la hipótesis acuática. Admitiendo el modelo de Hardy, actualizado por Morgan, el científico sostiene que «en este nuevo hábitat los homínidos adquirieron el hábito bípedo para poder adentrarse en el agua manteniendo la cabeza fuera de ella para respirar; y también obtuvieron algunas otras características que compartimos con los mamíferos marinos, como la piel desprovista de pelo o la distribución de grasa subcutánea».
Otro importante carácter humano destacado es el desarrollo de un cerebro grande, un hecho que está estrechamente relacionado con la alimentación. En este aspecto, Morgan ha apuntado su sorpresa porque en todas las especulaciones acerca de la nutrición de los homínidos «los recursos acuáticos se mencionen con tan poca frecuencia».
La científica apunta con este comentario en la dirección correcta: los recursos alimenticios de las zonas costeras pueden ser explotados con relativa facilidad por los homínidos, por ejemplo, cangrejos, huevos de tortuga, lapas de las rocas o peces muertos u otros animales arrojados a la costa. A la luz de estudios recientes, se ha evidenciado que estos alimentos son una rica fuente nutritiva para los homínidos. Tengamos en cuenta que la rápida expansión del cerebro humano exigió no sólo un rico suplemento alimenticio, sino que también necesitó nutrientes específicos, como el yodo, hierro, zinc, etc., que suelen ser abundantes en los alimentos procedentes de zonas costeras o marinas.
El citado investigador del CSIC, Carlos Duarte, ha indicado que la dependencia humana de ciertos ácidos grasos, los omega-3 presentes en diversos pescados, es una característica que compartimos con los mamíferos marinos. La necesidad de una dieta rica en este tipo se ácidos grasos, fundamentales para el desarrollo del cerebro, resulta coherente con una etapa de vida acuática o semiacuática.
Ante lo expuesto no podemos dejar de preguntarnos: ¿Fue Elaine Morgan una adelantada a su tiempo, o simplemente se dejó llevar por su brillante imaginación? Son los expertos los que podrán responder a esta pregunta. Aquí sólo podemos sumarnos a quienes afirman que su pensamiento ofrece gran rigor científico y se apoya en muchos años de serio trabajo y de un profundo conocimiento del tema.
Reproducido de Mujeres con ciencia
https://mujeresconciencia.com/2016/01/18/elaine-morgan-un-ambiente-acuatico-en-nuestros-origenes/
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