El jaguar o jaguareté (su nombre en guaraní), cuyo nombre científico es "Panthera onca" es el mayor felino del continente americano. Los machos pueden pesar hasta 100 kg y las hembras alrededor de 60 km. Son animales sollitarios que habitan principalmente en zonas tropicales húmedas selváticas pero que también puede vivir en zonas de pastizales y en matorrales áridos.
En el siglo XVIII y hasta casi mediados de siglo XIX, su área de distribución se extendía desde el sur de los Estados Unidos hasta el norte de la actual Patagonia argentina (el límite sur se encontraba aproximadamente entre el río Negro y quizás muy esporádicamente el aún más austral Chubut).
Actualmente su distribución está muy fragmentada debido a la competencia con los seres humanos, quienes han provocado y siguen provocando profundas modificaciones a los ecosistemas originales de los cuales depende el jaguar. El área de distribución actual de Panthera onca se extiende desde el extremo sur del estado de Arizona en el sudoeste de los EEUU, a través de América Central, hasta el norte de Argentina, incluida la mayor parte de la Amazonia. Los dos países de América continental donde no hay jaguares son Canadá (país en que no existían naturalmente), El Salvador y Uruguay (en ambos fueron extinguidos).
En Argentina uno de los últimos lugares en que se extinguió (todavía hay unos pocos jaguares en Misiones) son los Esteros de Iberá en Corrientes. Ahora se está procurando su reintroducción. Tal vez pueda ser un primer paso para reintroducirlos en Uruguay, por ejemplo en los montes del Queguay o en los Bañados del Este, si es que existiera la voluntad política y socio-cultural para hacerlo.
Acerca de la reintroducción del jaguar en los Esteros de Iberá
Tania tiene tres patas. Perdió una cuando era cachorra,
víctima de un tigre que la atacó desde una jaula contigua en el zoológico de
Batán, en el suroeste de Buenos Aires. Fue un problema entre parientes. Tania parece
una tigresa africana, pero es una yaguareté ("gran felino", en la
lengua guaraní), su equivalente americano.
Tania es una superviviente. Se sobrepuso al ataque y luego
al encierro. Desde hace dos años vive en la isla San Alonso, en el corazón
del Parque Nacional Iberá (“aguas que brillan” en guaraní) 700.000
hectáreas de humedales alimentados solo por agua de lluvia en la provincia de
Corrientes (a 800 kilómetros al noreste de Buenos Aires). Tania se cruzó en la
isla con Chiqui, un macho llegado desde Paraguay, y fue madre. Sus dos crías, Mbarete y Arami,
son la avanzada del regreso del yaguareté a esos pantanos vírgenes, donde
desapareció hace 70 años víctima de la caza. La reinserción de Mbarete, Arami y
otros tres ejemplares adultos corona siete años de trabajo de relojería
realizado por Rewilding Argentina una fundación que trabaja en el rescate
de especies amenazadas.
Argentina ha sido hostil al
yaguareté. Apenas quedan unos 200 en Misiones, una provincia selvática que
linda con Brasil y Paraguay. En los esteros del Iberá, al sur de Misiones, el
yaguareté se extinguió en los cincuenta, víctima de los ganaderos que temían
por sus vacas y los cazadores ávidos de pieles. Había entonces unos 1.000
ejemplares. “En el pico de la demanda de pieles, Europa llegó a pagar hasta
10.000 dólares por animal cazado en el Iberá”, dice la bióloga y directora
ejecutiva de Rewilding Argentina, Sofía Heinonen.
Rewilding Argentina es heredera de CLT Argentina, una
organización ecologista creada por el filántropo estadounidense Douglas
Tompkins, que amasó una gran fortuna gracias a marcas como North Face y Esprit.
En diciembre de 2015, Tompinks murió en una accidente de canotaje (deporte de
remo) en Chile y la fundación quedó en manos de su esposa, Kristine McDivitt
Tompkins. Fue ella quien completó el sueño de Douglas: restaurar y donar más de
un millón de hectáreas de tesoros naturales a los estados de Argentina y Chile,
que, a cambio, debían convertirlos en zonas protegidas. El año pasado, Iberá
sumó 150.000 hectáreas compradas por Tompkins. En esos terrenos, cuna de una
riqueza natural insuperable, donde confluyen lagunas, embalses, palmerales,
bosques y pastizales, los yaguaretés esperan su regreso a la vida natural.
La reinserción de una especie en un
nuevo hábitat es un trabajo metódico, divido en fases de laboratorio. De eso se
hacen cargo biólogos como Heinonen y Sebastián Di Martino, director de
conservación del proyecto de Rewilding Argentina. El proceso comienza con
ejemplares en cautiverio que harán de reproductores, como Tania y Chiqui.
Esos yaguaretés nunca serán salvajes, pero sus crías si podrán serlo. En la
fase dos, los cachorros crecen en corrales sin contacto con el hombre. Se los
monitorea mediante cámaras y se los alimenta con presas vivas, como carpinchos
o ciervos. “Lo importante es que no asocien al hombre con nada bueno, por eso
no deben ver cuándo introducimos su alimento en el corral”, explica Di Martino.
En la fase dos también se trabaja sobre ejemplares que
fueron salvajes y por algún motivo dejaron de serlo. En la isla San Alonso hay
tres yaguaretés llegados desde Brasil, dos hembras y un macho, que están en ese
proceso de readaptación a la libertad. Uno de ellos es Jatobazinho, un
macho silvestre que apareció en septiembre al norte de Corumbá deshidratado y
desnutrido. El día que EL PAÍS visitó el centro de monitoreo de los corrales en
la isla San Alonso, Jatobazinho dormía plácidamente bajo un tinglado
de madera oculto en unos matorrales, luego de un almuerzo abundante.
Los biólogos de Rewilding Argentina
están ya en condiciones de iniciar la fase tres: los cinco yaguaretés serán
liberados en los próximos meses en un corral de 30 hectáreas donde deberán
valerse por sí mismos, sin ayuda humana. Luego llegará la liberación
definitiva. Jatobazinho será “el único macho libre, y la idea es que se cruce
con Juruna y Mariua”, dos hembras que junto con los chachorros
de Tania forman la familia que poblará de nuevo el Iberá, dice Di
Martino.
La vuelta del yaguareté devolverá el equilibrio al humedal,
hoy saturado de carpinchos, monos y yacarés (cocodrilos), animales que perdieron
su predador natural. “La restauración del predador tope permitirá recomponer la
riqueza y diversidad del entorno y asegurará la continuidad genética en todo el
país”, dice Hainonen. La reinserción, sin embargo, no es el principal desafío.
Si no cambian las condiciones que hace 70 años produjeron la extinción del
yaguareté en Iberá, la descendencia de Tania y Chiqui vivirá
muy poco.
“Hay que lograr que la gente tenga una percepción económica
positiva del yaguareté. Si es algo bueno, no lo matará”, explica Hainonen. La solución está en el ecoturismo. La fundación
argentina se inspiró en el trabajo de la Oncafari, una organización ambientalista que trabaja
en el Pantanal de Brasil, hábitat natural del yaguareté en el sur de ese país.
“La clave es que el hacendado encuentre un rédito económico en la protección
del yaguareté”, dice Leonardo Sartorello, biólogo de Onçafari que viajó a Iberá
para compartir experiencias con sus colegas de Rewilding Argentina. “Una vaca
comida por un yaguareté vale 250 dólares; un vehículo de avistamiento
transporta a 10 turistas que pagan cada uno 250 dólares por día. La cuenta es
fantástica. El ganadero sigue criando sus vacas, compensa las pérdidas con el
ecoturismo y, lo más importante, preserva al yaguareté porque ya no precisa
cazarlo”, explica Sartorello.
La fundación argentina ha avanzado
mucho de su lado de la frontera. Luego de ocho años de trabajo, ha convencido
al poder político de la importancia del yaguareté como atracción turística de
la provincia de Corrientes. Uno de los más convencidos es el senador Sergio
Flinta, presidente del Comité Provincial Iberá. “Hace tres años ingresaban al
parque 22.000 visitantes y lo hacían solo desde Colonia Pellegrini [uno de los
pueblos que sirven de “portal” al Iberá]. Hoy son más de 80.000, desde cinco
pueblos diferentes”, dice Flinta.
El uso del yaguareté como imagen de la provincia potenció
los emprendimientos de las comunidades rurales que rodean al estero. Familias
que antes apenas tenían trabajo hoy dan alojamiento o se ofrecen como guía de
turismo. Se trata, en el fondo, de lograr una convivencia pacífica entre el
yaguareté y el su principal predador, el hombre.
Referencia:
https://elpais.com/elpais/2019/12/23/ciencia/1577114396_127013.html
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