de Carmen J. Huertas
Hay una ley de la lingüística que dice que las lenguas divergen y que excluye cualquier posibilidad de evolución convergente. Si las lenguas romances derivaran del latín como senos ha dicho, se separarían entre sí pero mantendrían una clara relación lingüística con la madre.
Sin embargo no es eso lo que encontramos. Las lenguas
romances se parecen entre sí llegando a idénticas soluciones convergentes que,
en cambio, muestran una rotura con el latín.
¿Cómo se explica que una lengua madre no legue a sus hijas
ni la morfología, ni la sintaxis, ni las leyes fonéticas, ni la estructura y el
orden de los constituyentes de la oración y que además se pierdan las
declinaciones, los verbos deponentes, los conectores....?
Esta convergencia de los romances sólo puede comprenderse si
el parentesco es anterior a la llamada romanización. Serían por lo tanto
lenguas derivadas de una lengua madre común de la que el latín también bebió, a
través del etrusco y de las lenguas sabélicas que ya estaban en el territorio
antes de la llegada de los romano.
Cuando a principios del siglo VII a.C. la influencia de Roma
fue más allá de la comarca del Lacio, la península itálica estaba ocupada por
dos grandes culturas florecientes: la etrusca en el norte y la griega en el
sur.
Los distintos pueblos se dividían entres grupos: los que
hablaban las lenguas latino-faliscas, al norte de la ciudad de Roma y en la
región central del Lacio; las lenguas osco-umbras o sabélicas, habladas en la
mayor parte de la península itálica, y la lengua tirrena más conocida como
etrusco, hablado en la Toscana.
Además se hablaba el griego. Si situamos en un mapa la
extensión de estas lenguas veremos que la expansión del latín era mínima.
¿De dónde surgió esta lengua tan poco afín con las de sus
vecinos? Los latinos eran getas, una tribu de los dacios procedentes de la zona
del Danubio. Cuando Roma sometió a todas las poblaciones en sus campañas de
conquista, sus contingentes hablaban lenguas sabélicas del tronco osco-umbras.
Además, en el caso de las Guerras Púnicas, los ejércitos romanos emplearon a
ciudadanos de Hispania, que no pueden considerarse
agentes activos de la romanización.
Por lo tanto, que el latín fuera la lengua oficial del
imperio, no significa que todos los romanos hablaran latín y mucho menos que nos
impusieran su lengua.
De hecho, salvo los patricios, los romanos tenían que estudiar
para hablar correctamente el latín. Cuando analizamos sincrónicamente las
lenguas, observamos una continuidad territorial con zonas de tránsito e
isoglosas lingüísticas que actúan como fronteras.
Al estudiar diacrónicamente el cambio lingüístico, podemos
apreciar que los cambios internos de una lengua son lentos o muy lentos;
no se producen en siglos, sino en milenios.Tenemos claros ejemplos con el
español y el inglés de América que, después de 500 años, siguen siendo inglés y
español. En ningún caso, se han deformado las lenguas ni se han desestructurado
sintácticamente; mantienen sus reglas gramaticales a pesar de que puedan sufrir
un trasvase importante de léxico. Durante siglos, el latín fue considerado la
lengua de la cultura.
Sólo se escribía en latín. Su prestigio fue tan grande que
las palabras nuevas se creaban a partir del latín o del griego,
dejando de lado el método de la composición, tan productivo, con el que nuestras
lenguas permiten crear cuantos términos necesitemos. Sin embargo, si realizamos
un análisis un poco más profundo, nos damos cuenta de que muchos de los étimos
utilizados para demostrar el origen latino de las palabras de las lenguas
romances, pueden explicars e mejor desde nuestro conocimiento del ibérico que
desde el latín.
Para empezar, los elementos composicionales que en los
romances están desemantizados, adquieren significado si se comparan con los
cognados ibéricos. Pero incluso su supuesta evolución etimológica se desmorona
si tenemos en cuenta las propias características de la fonética ibérica.
Por poner un ejemplo, la palatalización que se explica como
una correlación de cambios sucedidos a lo largo de trescientos años por
influencia de la yod (que se presupone una influencia celta) puede explicarse
de manera simple a partir del ibérico. Porque precisamente la /i/, la vocal
palatal anterior, es la vocal más presente en ibérico.
Esto demostraría que más del 50% del cambio lingüístico que
hasta ahora se ha atribuido a una influencia externa, podría tener su origen en
el habla ibérica. Otro caso interesante es el de la formación de las
fricativas. Dado que la fricativa sonora /Z/ no existía en latín, su aparición
se justifica diciendo que se formó a partir de la sorda /S/ en contacto con la glide
yod. Bueno, pues está claro que en los textos ibéricos se representan,
claramente, dos fricativas sibilantes distintas, consideradas S y Z
respectivamente. También existen en ibérico dos róticas distintas, una simple
/R/ y una doble /RR/. Sin duda lo más difícil de explicar es la aparición de
los sonidos africados y lo mismo sucede con el resto del inventario fonético.
¿De dónde salen estas articulaciones, presentes en todas las lenguas romances,
pero inexistentes en latín? Si el tema
de la fonética muestra un abismo entre el latín y sus supuestas hijas, la morfología
y la sintaxis tampoco son las mismas que las de la supuesta lengua madre.
Desaparecen los casos gramaticales y los nexos que
establecen las correlaciones sintácticas; se establece el uso preferente de las
construcciones perifrásticas frente a las analíticas; disminuye la voz pasiva;
no hay verbos deponentes; se reducen las formas verbales no personales; no
existen las oraciones de ablativo absoluto ni las oraciones de infinitivo; se
amplía el paradigma de las categorías no léxicas: preposiciones, adverbios y conjunciones;
y por último pero no menos importante, hay un cambio radical en el orden de los
constituyentes de la oración y en la estructura de las oraciones interrogativas
y negativas…
En gramática histórica se intenta justificar la enorme
distancia que separa el latín de las lenguas romances hablando de vulgarización,
de un retroceso que llevó a la parataxis, es decir, se volvió al estadio
primitivo de usar al lenguaje no verbal, los gestos, para entenderse más allá
de una lengua que sólo utilizaba oraciones simples o la composición elemental
por coordinación. No hay ni una sola sociedad en todo el planeta tierra que no
disponga de una lengua perfectamente estructurada, porque como demuestra la
gramática generativa, el lenguaje forma parte intrínseca del género humano,
sólo sirve para la comunicación, es la base del pensamiento abstracto,
¡nacemos genéticamente preparados para hablar! La realidad es que los
lingüistas no pueden explicar este cambio estructural entre el latín y los
romances. Y lo que es más difícil todavía, en este supuesto estado de confusión,
los hablantes de regiones tan alejadas como Galicia y Rumania, que a la caída del
Imperio no estuvieron jamás en contacto, llegaron a idénticas soluciones.
¿Casualidad? Nuestras lenguas actuales comparten muchas palabras;
esta afinidad no respondería tanto a la latinización sino a un léxico común que
se remontaría miles de años. Las diferencias serían resultado de la lenta
evolución natural a partir de una lengua madre más antigua y compartida por los distintos
pueblos mediterráneos.
Ante esta situación, deberíamos prestar una mayor atención a
los más de dos mil textos epigráficos que nos ha legado la cultura
ibérica.
Deberíamos preguntarnos cómo es posible que, en pleno siglo
XXI, su escritura siga sin descifrar.
Por qué sigue explicándose en las escuelas que fueron los
conquistadores romanos los que aportaron la cultura y la civilización. Por qué
no se da a conocer el alto nivel de la cultura indígena que comercializaba
desde tiempo antiquísimo con otros pueblos mediterráneos: minoicos, micénicos,
helenos, fenicios.
Y en lingüística, por qué sigue utilizándose un marco teórico
complicadísimo de evolución fonética que ignora las características propias del
ibérico.
Las múltiples preguntas que plantea este trabajo
deberían ayudarnos a replantearlos estudios filológicos actuales. La lengua
ibérica es nuestra gran esperanza para avanzar en la comprensión de
nuestras propias raíces.
Referencia:
https://www.academia.edu/5855719/No_venimos_del_lat%C3%ADn_resumen
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https://www.academia.edu/5855719/No_venimos_del_lat%C3%ADn_resumen
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