No olvidar la Masacre del pueblo pilagá en Rincón Bomba en el Chaco
Hay mucha impunidad en la
"construcción" de las naciones criollas de América. Un caso
ilustrativo y muy grave ocurrió en 1947 cuando la gendarmería argentina masacró
varios cientos de personas de la nación pilagá.
Este cruel episodio genocida
fue ignorado por los medios en la República Argentina porque ponía en tela de
juicio la legitimidad histórica de la soberanía argentina en el territorio de
las naciones aborígenes del Chaco.
La nación de los pilagás es
un grupo nativo que habita en las actuales provincias de Formosa, Chaco y Santa
Fe. Junto con los tobas, mocovíes y abipones (hoy extinguidos por la invasión
criolla) constituyen la familia de los guaycurúes (palabra guaraní con las que
habitualmente se la designa).
El genocidio provocado por
los criollos de Buenos Aires llevó a la desaparición de los abipones y la
disminución demogràfica de estos pueblos chaqueños. Los métodos utilizados para
atacar a las naciones de El Chaco fueron varios, efectivos e
inescrupulosos: matanzas, saqueo, envenenamiento, contagio premeditado de
enfermedades letales, usurpación de tierras, aculturación forzada y otras
estrategias similares. Como resultado de estas acciones sistemáticas el gobierno
de Buenos Aires logró la dominación del territorio y la incorporación forzada
del Chaco a la soberanía argentina (imperialismo criollo). Esto ocurrió a fines
del siglo XIX y principios del siglo XX.
Una de las últimas acciones
agresivas ocurrió en 1947 en la llamada “Masacre de Rincón Bomba”.en donde
fueron asesinados más de 500 pilagás, incluyendo mayoría de mujeres y niños.
En la Argentina actual, donde
se tomaron acciones para terminar con la impunidad de la època dictatorial,
todavía hay total impunidad por estos actos genocidas de 1947 (que, por otra
parte siguen ocurriendo hasta el día de hoy).
Actualmente hay unos 8,000
pilagás en el territorio de la Argentina. La ECPI (Encuesta Complementaria de
Pueblos Indígenas) 2004-2005 de ese país registró que se autorreconocieron 4465
pilagás, viviendo 3867 en unas 25 comunidades.
Aquí adjunto una descripción
de la matanza de Rincón Bomba
Matanza de Rincón Bomba por
Luis Zapiola
La llamada "Matanza de
Rincón Bomba", acaecida en las cercanías de la hoy ciudad de Las Lomitas,
ocurrió entre el 10 y el 30 del mes de octubre del año 1947, hace 58 años, en
el entonces Territorio Nacional de Formosa.
El Juzgado Federal de Formosa
recibió una denuncia de una supuesta violación de derechos humanos por crímenes
de "lesa humanidad", contra el Estado nacional por estos hechos. Por
la misma se solicita la indemnización de daños y perjuicios, lucro cesante,
daño emergente, daño moral y determinación de la verdad histórica, a favor del
pueblo de argentinos de etnia Pilagá.
Dicha demanda fue presentada
por el Abogado Julio César García con el patrocinio del Doctor Carlos Alberto
Díaz. A continuación, la presentación hecha por Díaz y García narrando la forma
en que habrían ocurrido los hechos hace casi 60 años en territorio formoseño.
El informe señala que: En el mes de abril de 1947 miles de braceros Pilagás,
Tobas y Wichís son despedidos sin indemnización alguna del Ingenio San Martín
de El Tabacal.
Un mes antes habían sido
traídos, desde el Territorio Nacional de Formosa, caminando cientos de
kilómetros, cargando al hombro sus pobres enseres, sus mujeres y sus niños con
la promesa que se les pagaría $ 6 por día. Una vez en El Tabacal se les quiso
abonar la suma de $ 2,50 por día. "...Considerándose defraudados recurrieron
ante las autoridades respectivas de El Tabacal y no pudieron obtener justicia,
por el contrario, cuando insistieron en sus reclamaciones fueron despedidos
inhumanamente. El pueblo condolido les ayudó dentro de sus posibilidades.
Del Tabacal volvieron a pie hasta
Las Lomitas porque carecían de medios para hacerlo por
ferrocarril..."(Diario "Norte", de Formosa del 13 de mayo de
1947). Allí se reúnen entre 7.000 a 8.000 indígenas según Teófilo Ramón Cruz,
Revista Gendarmería Nacional, ed.120-3-1991. Las primeras víctimas de la
hambruna y las enfermedades comenzaron a ser los niños y los ancianos. Luego
los hombres y las mujeres. La situación expulsa a esta población a salir de su
ámbito natural y buscar ayuda en las poblaciones cercanas, ubicándose en el
paraje conocido como "Rincón Bomba". Una delegación encabezada por el
Cacique Nola Lagadick y Luciano Córdoba piden ayuda a la Comisión de Fomento de
Las Lomitas y al Jefe del Escuadrón 18 Lomitas de Gendarmería Nacional,
Comandante Emilio Fernández Castellanos.
Se trasladan hasta un
descampado, ubicado a 500 metros, aproximadamente, del pueblo "para que se
vean nuestras miserias...". Comienzan a mendigar las madres con sus hijos
en brazos, puerta por puerta, pidiendo tan sólo un poco de pan. Al principio
algunos se solidarizan, inclusive el Jefe del Escuadrón de Gendarmería, como
algunos de sus hombres a su mando, se preocupan por la desesperante situación,
les dan yerba, azúcar y ropas. Pero al transcurrir de los días las puertas ya
no se abren y no se les recibe más en el Escuadrón.
"Mandaron lenguaraces al
poblado y lograron se concretara el primero de sus pedidos, consistente en
víveres diversos y ropa para vestir (de pies a cabeza) a seis indios, con la
misión de posibilitarles su traslado a Buenos Aires para entrevistar a las
autoridades y al Presidente Perón. El jefe de Unidad reunió entonces a
comerciantes y ganaderos obteniendo de su colaboración víveres y ganado en pie
que eran distribuidos por personal del Escuadrón. Así al principio. Pero al
poco tiempo, los indios ya no pedían: exigían. De que primero quisieron ver al
Presidente en Buenos Aires, es cierto, tan cierto, como que después desistieron
proponiendo que el Presidente los visitara a ellos "para que viera cómo
vivían"... hubo muchas indigestiones, y hasta dos muertes, más la madre
del propio Pablito (el cacique). Amanecieron indigestados y debido al fuerte
descenso de la temperatura en horas de la noche, resfriados y engripados,
aduciendo entonces "haber sido envenenados".
El Presidente de la Comisión
de Fomento, telegráficamente, lo impone de la situación al Gobernador Federal
solicitándole el urgente envió de ayuda humanitaria.
El Gobernador se comunica
diligentemente con el Ministro del Interior de la Nación haciéndole saber la
gravedad de la situación y la falta de recursos en el territorio para
afrontarla. Este a su vez le hace saber al presidente Juan Domingo Perón quien
ordena inmediatamente, como parte de una ayuda mayor y planes de desarrollo
social, el envió de tres vagones por el ferrocarril General Belgrano, con
alimentos, ropas y medicinas. La carga llega a la ciudad de Formosa en la
segunda quincena del mes de septiembre consignada al delegado de la entonces
Dirección Nacional del Aborigen Miguel Ortiz.
Permanece en la estación, a
la intemperie, diez días aproximadamente. Enterado el gobernador Hertelendy de
la injustificada demora y consiente de la situación de los indígenas, conmina
por intermedio y en persona del Jefe de la Policía Nacional de Territorios, al
delegado de la Dirección Nacional del Aborigen la inmediata partida del
cargamento.
A la estación de Las Lomitas,
llega un solo vagón lleno, dos semivacíos, los primeros días de octubre de
1947, sólo con alimentos, la mayoría en mal estado por el tiempo transcurrido
entre el envío y la irresponsable dilación en su entrega por parte del Delegado
de la Dirección Nacional del Aborigen: harina con gorgojos y moho; grasa para
cocinar derretida por el calor; azúcar; yerba, galletas ya verdes en bolsas.
Son distribuidos y consumidos rápidamente por los miles de famélicos,
hambrientos, enfermos, semidesnudos y debilitados seres humanos.
A las pocas horas comienzan a
sentir los síntomas de una intoxicación masiva. Fuertes dolores intestinales,
vómitos, diarreas, desvanecimientos, temblores y nuevamente la muerte...
primeramente de los que se encontraban más débiles que llegó a más de
cincuenta, mayormente niños y ancianos. Los gritos y quejidos de dolor en las
noches de las madres que aún sostienen en sus brazos a sus bebes muertos
retumbaban en la noche formoseña. No tenían consuelo. Los primeros son
enterrados en el cementerio "cristiano" de Las Lomitas. Al ser tantos
se les niega que lo sigan haciendo en el mismo, evitando el acceso de los
cadáveres al mismo. No les queda otra posibilidad que hacerlo en el monte. Las
ceremonias mortuorias, con sus danzas rituales marcadas con el ritmo de
instrumentos milenarios, retumban noche tras noche.
El jefe del Escuadrón lo
llama al Delegado Nacional del Aborigen, increpándolo y pidiéndole
explicaciones sobre las faltas en los abastecimientos y el mal estado en que
habían llevado y se habían distribuidos. Este, al parecer de carácter muy
soberbio, le contesta en forma descomedida diciéndole que "...que tanto se
preocupaba si al final son indios...". Fernández Castellanos, muy nervioso
por la situación que le toca manejar e indignado, seguramente, por el desprecio
hacia los indígenas demostrado por Ortíz, le pega una cachetada que lo tira de
espaldas en la puerta de su despacho, adelante de algunos de sus subordinados.
Ortiz sale corriendo del Escuadrón y desaparece de Las Lomitas.
Comienza a circular el rumor,
lanzado a rodar por no se sabe quién, que aquellas sombras de seres humanos no
sólo ahora hambrientos, desarmados, indefensos, sino también enfermos, estarían
por atacar a no se sabe quién. Comienza a hablarse del "peligro
indio". Gendarmería Nacional forma un "cordón de seguridad" alrededor
del campamento aborigen. No se les permite traspasarlo ni ingresar al pueblo a
los Pilagás. Se colocan ametralladoras en "nidos", en distintos
sitios "estratégicos". Ya son más de 100 los gendarmes, armados con
pistolas automáticas y fusiles a repetición que día y noche custodian el
"ghetto".
Hasta que sucede lo
inexorablemente esperado. En el atardecer del 10 de octubre "...el cacique
Pablito pidió hablar con el Jefe (del escuadrón), por lo que concerté una
entrevista a campo abierto. Los indios, ubicados detrás de un madrejón, nos
enfrentaban a su vez, hallándonos con dos ametralladoras pesadas, apuntando
hacia arriba. En los aborígenes (más de 1.000) se notaba la existencia de gran
cantidad de mujeres y niños, quienes portando grandes retratos de Perón y Evita
avanzaban desplegados en dirección nuestra".
En tales instantes se
escucharon descargas cerradas de disparos de fusil ametralladora, carabinas y
pistolas, origen de un intenso tiroteo del que el Cte. Fernández Castellanos
ordenó un alto de fuego, pensando procedía de sus dos ametralladoras, lo que no
fue así: el 2º Cte. Alia Pueyrredón, sin que nadie lo supiera, hizo desplegar
varias ametralladoras en diferentes lugares del otro lado del madrejón, o sea
unos 200 metros de nuestra posición y en medio del monte...".
Se lanzan bengalas para
iluminar la dantesca escena y determinar mejor los blancos a tirar. Cientos de
mujeres con sus niños en brazos, ancianos y hombres comienzan a huir hacia
ninguna parte que los lleva fatalmente a la muerte. Con las primeras luces del
alba la imagen es dantesca. Más de 300 cadáveres yacen. Los heridos son
rematados. Niños de corta edad, desnudos, caminan o gatean, sucios, entre los
cadáveres, envueltos en llanto.
Luego del ametrallamiento
"...pensando que al llegar la noche atacarían avanzando sobre Las Lomitas,
efectuamos tiros al aire desde todos lados para dispersarlos. El tableteo de la
ametralladora, en la oscuridad, debemos recordarlo, impresiona bastante. Muchos
huyeron escondiéndose en el monte, al que obviamente conocían palmo a
palmo..." (Comandante Mayor (R) Teófilo Ramón Cruz, ob. cit.).
Pero allí no termina la
matanza. Comienza la persecución de los que pudieron escapar, "para que no
queden testigos", contando la Gendarmería Nacional con la "colaboración"
de algunos civiles. Van en dirección a Pozo del Tigre la mayoría, otros para
Campo del Cielo, miles se guarnecen en la espesura de los pocos montes que
quedan. En los días subsiguientes son rodeados por las partidas. Y allí
nuevamente son masacrados en distintos lugares (Campo del Cielo, Pozo del
Tigre, etc.) más de 200 personas. Entre los represores ninguna víctima. Se
hubiera podido seguir la trayectoria de las tropas por las piras de cadáveres
humanos que se quemaban, porque "no había tiempo para enterrarlos", a
medida que avanzaban.
La presentación de los
abogados Díaz y García habla de que "en total son asesinados en la
"campaña" entre 400 a 500 argentinos de etnia Pilagá,
aproximadamente, además de los heridos y más de 200 "desaparecidos".
Ello sumado a los más de 50 muertos por intoxicación, hambre y falta de
atención médica y la desaparición de un número indeterminado de niños, elevan
las bajas a más de 750, entre niños, ancianos, mujeres y hombres. La locura
llega al extremo de solicitar la intervención de dos aviones caza-bombardeos"
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