¿Cómo fue posible? En pocos años, unas décadas apenas,
numerosos pueblos y antiquísimas culturas fueron sepultados por un alud difícil
de entender. Desde las tierras del albatros, en los confines australes, a las
selvas húmedas siempre verdes, con sus ríos serpenteantes; desde las cimas
escarpadas, donde anida el cóndor y la nieve permanece incrustada en las paredes
sombrías de los cerros; hasta las costas de palmas y cangrejos, el mundo
americano pareció paralizado frente al avance de aquellos hombres acorazados y
agresivos. Traían perros feroces, caballos, hierro y armas de fuego. Tenían sed
de oro y de poder. Parecían no conocer la misericordia. Venían sin mujeres.
Llegaron embarcados en extrañas naves de cuerdas, madera y lienzos, hablaban un
lenguaje incomprensible, enarbolaban curiosos estandartes y por todas partes
clavaban sus cruces para tomar posesión de territorios y personas. No
preguntaron por los nombres nativos de la tierra. Cuando preguntaron no se les
entendió. Cuando se les respondió no comprendieron. En el fondo no les
importaban los nombres ancestrales. Los sustituyeron con los propios cada vez que
pudieron. Y así quedó la cosa.
Un mundo de lugares rebautizados con sonoridades
extranjeras. Identidades perdidas, arrebatadas, avasalladas. No sabemos si
existió una denominación para todo el continente. Un nombre que nos pudiera
identificar de sur a norte, de este a oeste, arriba y abajo, de los ma-res al
desierto. Hoy, aún lo estamos buscando: Abya Yala, la Isla-Tortuga, el hogar de
la Pachamama, América. Tal vez esa designación que procuramos no haya existido
nunca. No lo sabemos.
La Gran Identidad se expresa de muchas formas. En las
ceremonias ancestrales, en el tabaco, en la coca, en el teonanacatl y la
ayahuasca, en los cultivos sagrados, en el respeto a la naturaleza, en el humo
de los fogones, en las danzas, en el sonar de las flautas y tambo-res, en los
cantos, en los sueños. Nuestro continente lleva su razón de ser en las miradas
de los ancianos que parecen ver más allá del tiempo. En los paisajes de agua y
luz. En las hojas de los árboles. En las raíces que maman de la tierra. En las
plumas de las aves. Y en las escamas relucientes de los peces. Nuestro hogar es
todo eso. Innumerables destellos de todas las olas de los mares y las
correntadas de los ríos. Las noches de luna llena en el Gran Lago y los días de
sol en las islas del calor y la alegría.
También somos palabras Pero además de todo eso, y de alguna
manera integrando cada una de sus emociones, matices y voluptuosidades, nuestra
tierra también está hecha de pala-bras...
En algún lugar de nuestras esencias, lo que se llama alma,
estamos construidos con palabras. Con muchas voces. De sonoridades diversas. A
veces mutuamente incomprensibles. Cuando nos escamotearon sus sonidos perdimos
una parte importante de nosotros mismos. Entre esas palabras hay una que tuvo
un contenido especial, pero, de alguna forma, se ha olvidado.
Es el nombre que pronunciamos cada día y que nos identifica
a todos: América.
Del libro "La Mentira del Milenio", D.Antón, Piriguazú Ediicones
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