domingo, 9 de diciembre de 2018

Las danzas de tangos y milongas en el Montevideo de fines del siglo XIX
(fragmento del libro testimonial  "Cosas de Negros" de Vicente Rossi publicado en 1926)
La popularidad que conquistaba la Milonga danzable sugirió en el suburbio un nuevo lucro, y se instalaron "salones de bailes públicos" con el consabido anexo de "bebidas". En Montevideo fue. Más o menos uno por barrio: el Puerto, el Bajo, la Aguada, el Cordon, etc.; no alcanzaron la media docena. Los mas famosos y que subsistieron hasta ser los últimos en desaparecer fueron el titulado "Solis y Gloria", del suburbio marítimo, y el "San Felipe", del barrio orillero del Cubo del Sud, llamado entonces el Bajo. Nos referimos a los verdaderos "salones de baile", a las "acade-mias", no a otros que tambien tuvieron su fama, pero que utilizaban la danza como antesala del libertinaje, no haciendo de ella una espe-cialidad sinó un medio.
Este ensayo completo titulado "La Academia" figura en la pequeña antología El Compadrito (Su destino, sus barrios, su música), selección de Silvina Bullrich Palenque y Jorge Luis Borges, colección Buen Aire, Emecé, Buenos Aires, 1945, págs. 88-108.
Solo el "San Felipe" lució de subtítulo: "academia de baile", que se generalizó y sirvió para distinguir esos locales. No son cosa antigua las "academias"; la última, la "San Felipe", se clausuró en 1899. Viven, pues, muchos que la conocieron sin sospechar que allí se incubaba el famoso Tango, entre mujeres de la peor facha, compadraje profesional temible y ambiente espeso de humo, polvo y tufo alcohólico.
Los empresarios de tales "salones" contaron para su instalacion con el elemento creador de la Milonga, único recurso para llenar el objeto a que se destinaban; en consecuencia, los cuartos de las chinas y el suburbio de avería volcaron en ellos técnicos y clientela. Guías de gallardetes y flores de papel los cruzaban en todas direcciones en mision de adorno. Alumbrado a kerosene. Asientos... apenas unos bancos arrimados a la pared, en los que unicamente se sentaban las mujeres a la espera de la demanda; para los músicos varias malas sillas, y luego: público, clientes y hasta el bastonero-administrador, de pie. Las orquestas de los "bailes públicos" solían componerse de media docena de musicantes, generalmente criollos y virtuosos del "oido"; los mas inspirados componían los bailables que habían de acreditar el local. En mayoría instrumentos de viento, porque el entusiasmo se sostenía en razon directa del estrépito. No se conocía el "bandoneon", que es un mal reemplazante del mentado acordeon-piano, que no to-dos dominaban, y que lo mismo que el acordeón común únicamen-te se usó en los bailes del pueblo y en los sucuchos orilleros. No solo Milonga se bailaba en las "academias", tambien se rendía culto al repertorio íntegro de los salones sociales: valse, polka, mazurka, chotis, paso-doble, cuadrilla; todo energicamente sometido a la técnica milonguera.
Las danzaderas, pardas y blancas. No se les exigía ningun rasgo de belleza, sino que fueran buenas bailarinas, y lo eran a toda prueba. De indumentaria, pollera corta, sobre enaguas muy almidonadas y esponjadas; las única polleras cortas que se conocieron entonces y las mismas de la moda actual; ese detalle no era, como lo es hoy, un medio de tentar "exhibiendo el artículo"; lo requería la faena, porque con pollera larga habría sido imposible maniobrar en el -corte". El desecho femenino del suburbio alegre se amparaba en los duros bancos de aquellos locales. Terrible maldicion para la mujer de vida airada predecirle que concluiría su destino en una "academia"! No se bailaba por el momentaneo contacto con la mujer, sinó por el baile mismo. La compañera completaba la pareja, por eso no se le exigía más atractivo que su habilidad danzante.
Aquellas infelices actuaban sin descanso desde las primeras horas de la noche hasta el alba, resistiendo una tarea aplastadora. No tenían sueldo, y dividían con el empresario los honorarios (unos centésimos), que conforme a tarifa fija les abonaba el cliente por cada pieza. Merece especial mención la parte que ellas desempeñaban en aquel agitado danzar. Llevadas al capricho del compañero al impulso de las figuras que él mismo provocaba, era fácil perder el compás, y debían cuidarse de ello para no desacreditarse, por eso cultivaban la habilidad de adivinar el desarrollo de aquel trajín. A la consiguiente tensión imaginativa añádase el zamarreo a que iban sometidas, llevadas por delante, ya sacudidas, ya enancadas sobre un muslo del compañero, ya dobladas hacia atrás. Semejante tarea fatigosa y brutal, agregada al uso del alcohol y tabaco, sustraía a la mujer las timideces naturales de su sexo, la masculinizaba, despojándola de los restos de atractivos que hubiese tenido.-

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