Historia Geológica del Agua
El origen del agua terrestre es
un tema sujeto a especulaciones. No se ha encontrado aún agua líquida en ningún
planeta conocido. Solo se han observado en Marte indicios muy antiguos (varios
miles de millones de años) de que alguna vez existió y, tal vez, en Europa, una
luna de Júpiter. Ambos cuerpos celestes
son hoy muy fríos con atmósferas de baja densidad y no existen las condiciones
físicas, en sus superficies, para que el agua líquida pueda subsistir.
En ambos planetas y en otros
astros, existe el agua bajo la forma de hielo y de vapor (aunque ésta última en
mucho menor grado y solamente cuando las temperaturas son relativamente
elevadas, en las cercanías del sol).
Pero en las condiciones gélidas
del espacio interplanetario exterior la mayor parte del agua existe tan sólo en
estado sólido.
Se sabe que hay hielo de agua en
los astros más alejados del sistema, por ejemplo, Plutón y, en Tritón, un
satélite de Neptuno y en la mayoría de los cometas.
Los cometas son pequeños cuerpos
celestes (sus dimensiones rara vez superan unos pocos quilómetros o decenas de
quilómetros) constituidos por una mezcla de hielo y rocas. Los “hielos”
cometarios están formados de elementos y compuestos livianos, como el
nitrógeno, el CO2 y agua. A
medida que se acercan al sol, estos “hielos” se subliman en gases despidiendo
chorros de partículas que, empujados por el “viento solar” dan lugar a la
“coma” y la “cauda” del cometa.
La importancia de los cometas es
su número. Aparentemente existen millones, tal vez billones, de ellos en las
postrimerías del sistema solar. Serían
en cierto modo los remanentes de muchos billones más que existieron en los
primeros tiempos de la formación del sistema solar. La mayoría de los antiguos
cometas fueron “atrapados” por los planetas, cayeron en sus superficies, y
contribuyeron a formar sus masas actuales.
No sabemos cuantos cometas u
otros cuerpos análogos (p.ej. asteroides) fueron necesarios para formar la
Tierra, o si había anteriormente un núcleo inicial preexistente que creó las
condiciones gravitacionales para que cayeran los microastros. Si sabemos que
hubo un bombardeo prolongado e intenso durante largo tiempo que se expresa
claramente en los cráteres visibles sobre las superficies de la Luna, Mercurio
y otros astros del sistema. Los astrónomos llaman “gardening” a ese proceso. En
la Tierra, las cicatrices de ese bombardeo desaparecieron debido a la acción de
los agentes atmosféricos.
De todas maneras, los aportes
traidos por los billones de cometas, asteroides y meteoritos se fueron
incorporando a la masa terrestre.
Ellos incluían considerables
volúmenes de nitrógeno, CO2 y
H2 O. El CO2 se liberó bajo forma gaseosa y
constituyó por mucho tiempo la base principal de la atmósfera terrestre. Más tarde
fue removido por los organismos vivos y sepultado en los sedimentos bajo la
forma de carbonatos, carbones e hidrocarburos.
El nitrógeno también se
incorporó a la atmósfera representando el segundo gas en volumen de la misma.
Al fijarse el CO2 su proporción relativa aumentó y hoy constituye el
78% de la atmósfera terrestre.
El agua, en cambio, en las
condiciones de presión de la superficie terrestre, tiene un punto de ebullición relativamente elevado
(alrededor de los 100°C) y por ende permaneció en estado líquido constituyendo
la hidrósfera. La mayor parte del agua
líquida se acumuló en las depresiones de la corteza, que constituyeron los
océanos, y el resto se infiltró dentro de las formaciones rocosas o se congeló
en las zonas más frías cercanas a los polos o montañosas elevadas.
Las
aguas oceánicas quedaron expuestas a la radiación solar dando lugar a procesos
de evaporación generalizados a lo largo de su superficie de contacto con la
atmósfera. El calentamiento del agua y de las superficies continentales provocó
fenómenos de convección de las capas troposféricas inferiores, elevando el
vapor de agua hasta los niveles de condensación, formando nubes. La circulación atmosférica que se generaba
por las diferencias de temperatura y empujaba las nubes hacia los continentes,
donde parte del agua caía bajo la forma de lluvia.
Este
proceso, que nos resulta tan familiar, es el producto de las condiciones
térmicas y de presión atmosférica particulares de La Tierra, que permiten que
la mayor parte del agua se encuentre en estado líquido y que se desarrollen
fenómenos de evaporación y condensación, con formación de nubes y su caida en
forma de lluvia.
En
los hechos, este proceso ocurrió simultáneamente con el desarrollo de la vida.
Al principio los mares fueron “colonizados” por innumerables organismos, más
tarde la vida se extendió a los cuerpos
de agua continentales, y finalmente al resto de los ambientes subaéreos.
El
ciclo del agua fue (y aún es) influenciado por la vida. Los organismos
modifican las propiedades físico-químicas de las aguas en donde viven. No hay
parámetro hidrológico que no se vea modificado por la presencia de seres vivos
en el agua el albedo (reflectividad), la tensión superficial, la viscosidad, la
turbidez, , los tenores en sales y gases disueltos, la composición química,
etc.
Debido
a la complejidad del proceso es muy difícil reconstruir el proceso que dio
lugar a la evolución planetaria, y en particular a los cambios a nivel de la
hidrósfera.
El
registro geológico nos presenta una información fragmentaria. Las dimensiones y
forma de los océanos cambiaron. Hubieron
épocas en que parte del agua permaneció congelada en las zonas más frías
(épocas glaciares) descendiendo el nivel y extensión de los océanos, y otras en
que todo el hielo se fundió subiendo el mar a
sus niveles máximos.
La
forma de los continentes, y por ende de las cubetas oceánicas también varió.
Algunos continentes se dividieron, los fragmentos así formados migraron
lentamente y, en algunos casos, se fusionaron con otros fragmentos formando
nuevas masas continentales de contornos diferentes. Concomitantemente cambiaron
de forma los oceános. Algunas
depresiones oceánicas, como el océano Atlántico, se formaron en tiempos
geológicos relativamente recientes (hace unos 100 millones de años). Otros son
mucho más antiguos (el océano Pacífico, cuya época de formación se desconoce.
Durante
los miles de millones de años transcurridos, las aguas oceánicas recibieron
enormes volúmenes de sales, hasta estabilizarse en la composición actual. Parte
de estas sales fueron inmovilizadas y sepultadas en el fondo del mar por mucho
tiempo. Algunas reaparecerieron en las nuevas montañas formadas en las márgenes
orogenéticas de los continentes.
También
desde el principio, las aguas subterráneas estuvieron expuestas a las fuentes
de calor interiores del planeta. Estas últimas, de origen predominantemente
radiactivo[i],
fueron un factor principal en la dinámica terrestre. Gran parte de los procesos
geológicos de la corteza se dieron en presencia de agua. El registro mineralógico incluye numerosos
minerales hidratados originados en ambientes acuosos subterráneos: las micas,
los anfíboles, las arcillas y yesos, etc. El agua líquida o gaseosa se
introduce por las fisuras arrastrando solutos variados que finalmente van a
cristalizar bajo la forma de minerales. Una gran partee de los minerales de las
rocas se originan de esa forma (p.ej. los feldespatos y el cuarzo). Estos
procesos de mineralización son llamados hidrotermales (cuando se dan en
presencia de agua líquida) o neumatolíticos (cuando ocurren debido a la acción
del vapor). Numerosas rocas se originan en estos ambientes: la mayor parte de
las rocas metamórficas, las migmatitas, casi todas las rocas filonianas, etc.
Los
fenómenos volcánicos también se deben a la presencia de agua. Una de las principales causas de las
erupciones volcánicas es la vaporización del agua caliente al descender la
presión que la mantenía en estado líquido. Las “burbujas” de vapor liberadas
del agua en ebullición son el “pistón” que empuja las lavas y clastos
volcánicos a lo largo de fracturas y chimeneas, y termina derramándolas en el
exterior. A la vez, la mezcla de agua líquida y gaseosa, tiene un efecto
lubricante que facilita el flujo de las lavas. De no ser así, éstas, cuya
viscosidad es muy elevada no podrían escurrirse por los estrechos conductos de
efusión. Las grandes columnas de “humo” que salen de los cráteres volcánicos,
están formadas sobre todo por vapor de agua emitido durante los procesos
efusivos. Del mismo modo, los géyseres y
fumarolas son eyecciones acuosas calientes comunes en las zonas volcánicas.
El
agua es también el factor principal en la génesis de las rocas sedimentarias.
Con muy pocas excepciones, los sedimentos se forman debido al arrastre de las
partículas y materiales por las corrientes de agua líquida (ríos, corrientes
marinas y lacunares, etc) o sólida (glaciares).
Cuando los sedimentos son
sepultados, sufren procesos de compactación y deshidratación. Parte del agua,
sometida a condiciones de elevadas presiones y temperaturas, migra fuera de los
sedimentos, reduciendo el contenido hídrico de los mismos.
A pesar de ello, el material
sedimentario retiene un contenido importante de agua, parte del cual puede
incorporarse a los nuevos minerales que se forman durante los procesos
diagenéticos.
Como se ve, el agua juega un rol
fundamental en la dinámica de la corteza terrestre y en la formación de las
rocas. No sólo es el agua el factor
central en el ciclo hidrológico, sino también lo es en el ciclo petrogenético.
[i] Energía producida por la desintegración de numerosos isótopos
radiactivos que existen en la corteza, como el potasio40, varios
isótopos del uranio y del torio, etc.
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