sábado, 9 de diciembre de 2017

Desiertos, oraciones y petróleo      

La gran península de Arabia, patria de Mahoma, origen del Islam, es un país de dimensiones geográficas desmesuradas. Posee una superficie de 2,250,000 km2. Los 1,800 kilómetros  que separan sus constituidos por enormes extensiones de terrenos áridos rocosos y arenosos, sin ríos ni bosques.
El territorio es una sucesión de paisajes desérticos desolados y secos. En verano la temperatura del aire puede superar los 50 grados y el suelo se pone tan caliente al mediodía que se podría hervir el agua en las anfractuosidades de las rocas expuestas al sol.
Hay lugares de Arabia como el Rub’al Khali, con 600,000 km2, donde los pluviómetros instalados hace más de 50 años, no han registrado jamás una lluvia y la humedad del aire desciende a menos de 10%. Pero el Rub'al Khali no es el único desierto de arena, al norte está el Gran Nafud, en al centro de la península, el Dahna, y al este los campos de dunas del Jafurah.
El resto del país también es árido pero sus suelos son pedregosos o salinos. 
Existe una zona montañosa al oeste que llega a más de 2,000 metros y que es un poco más húmeda (300 a 400 mm por año). Se trata de un relieve inclinado suavemente hacia el este y abrupamente escarpado hacia el oeste. De allí salen los grandes wadis que se infiltran o evaporan en el camino hacia oriente, y cursos de agua cortos y empinados hacia occidente. Por debajo de la gran escarpa, está el tihama, una llanura costera muy calurosa y árida. Allí hay varias ciudades importantes como el puerto de Jeda y la ciudad religiosa de La Meca. La región se llama Hejaz.
En los relieves ondulados que descienden hacia el este (Najd) el clima se hace más arido, zonas desérticas interrumpidas por varios oasis. En uno de ellos se encuentra la ciudad de Riad, capital del reino.
Al este, en la costa del Golfo, están los mayores yacimientos de hidrocarburos del mundo, Allí también hay varias ciudades importantes, Damman, Hofuf, los puertos de Jubayl y Ras Tanura, entre otras.  

Adaptación a las condiciones de aridez

Los seres humanos tienen una gran capacidad para adaptarse a los ambientes más inhóspitos, aún en las condiciones de sequedad extrema y calores excesivos.
Desde ese punto de vista los pueblos que habitan el desierto de Arabia o beduinos son un ejemplo admirable. Han logrado utilizar las napas subterráneas, desarrollaron cultivos que toleran la sequedad, la salinidad y el calor extremo, y seleccionaron animales domésticos perfectamente adaptados a las difíciles condiciones del desierto.
Los beduinos han logrado sobrevivir, e incluso llevar una vida próspera y agradable, en un sitio que a primera vista parece  hostil y poco acogedor. Su existencia transcurre entre las casas de los pueblos de los oasis, bajo la sombra de las palmas datileras, donde plantan algunos cultivos utilizando el riego, y el pastoreo trashumante de camellos y cabras que les permiten obtener leche y carne para su alimentación. La vida en el desierto es inspiradora. El sol ardiente y el calor del mediodía obligan a realizar las tareas de trabajo temprano en la mañana, o al caer la tarde. Las noches estrelladas son nítidas y claras, permitiendo descifrar las configuraciones estelares hasta en sus menores detalles.
Cuando sale la luna el desierto se ilumina y se dan las condiciones para la vida social y religiosa. La luna nueva indica el comienzo de un nuevo mes y el cuarto menguante su terminación próxima.  Por esa razón son tan importantes las fases lunares en el calendario de los pueblos árabes, y se ha impuesto la imagen de la luna creciente como símbolo del Islam. La luna creciente figura en banderas y escudos nacionales, y hasta la propia “Cruz Roja” se ha adaptado transformándose en “la Luna Creciente Roja” en todas las naciones musulmanas.

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