viernes, 28 de octubre de 2016

Uruguay 2016: Pensando el país
DaniloAntón
La crisis que está viviendo el Uruguay, que se expresa en la segregación social, en el estancamiento productivo, en la ineficiencia del sistema educativo, en el aumento de la inseguridad, sobre todo en los barrios marginales, en el desarrollo de modalidades políticas clientelístas, nepotistas y gerontocráticas, es sobre todo ética y existencial.
Si bien tiene componentes económicos, que son los que se han manifestado en los últimos tiempos, su raíz es mucho más profunda.
La rotación de partidos políticos permitió algunos avances que deben destacarse, sobre todo en materia de derechos humanos, de revisión del pasado reciente y de otras formas de liberalización permitieron cierto progreso social.
Pero desde el punto de vista existencial los uruguayos todavía mantenemos un escepticismo incambiado acerca de nosotros mismos y una visión minimalista acerca de nuestra significación histórica y geográfica.
Se trata de un pueblo cuyo futuro se presenta como indefinido y difuso. Un país con la economía devastada, con poca gente, con la población envejecida, la juventud desilusionada, una nación llena de incertidumbres acerca del futuro. Una sociedad que se considera pequeña, insignificante.  
Y no es así. 
Las causas de esta situación fueron múltiples.
El Uruguay surgió como resultado de una invasión violenta a los territorios de varias naciones nativas que los poblaban desde hacía mucho tiempo. Gran parte de dichos pueblos fueron exterminados, otros esclavizados o expulsados de sus tierras. Sus descendientes mestizos fueron discriminados, despreciados, borrados de la historia.
La economía natural y diversa que incluía la pesca, los cultivos, la recolección y la caza ponderada, fue sustituida por la explotación indiscriminada del ganado cimarrón. Las autoridades coloniales y luego las criollas, distribuyeron la tierra ajena en forma burocrática y arbitraria a propietarios ausentes y colonos, echaron a los pobladores nativos y criollos pobres, y dieron lugar a una estructura de tenencia de la tierra irracional, ineficiente e injusta
Al ser exterminada la población nativa, se esfumó la memoria, se desvanecieron los conocimientos acerca de la naturaleza, se perdieron los mitos, los antepasados famosos, los episodios y anécdotas de la tierra, aquellos que justifican la existencia de las naciones.
Se desarrolló un país que renegó, y luego olvidó, sus antiguos conocimientos, gestas y epopeyas. A tal punto que incluso los propios descendientes mestizos negaron y aún muchos niegan su origen nativo.
A ello se agregó, a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, la importación forzada de esclavos africanos. Estos inmigrantes contra su voluntad fueron desterrados de sus países y culturas, obligados a vivir en una tierra que no conocían, a trabajar sin otras opciones en los trabajos que se les asignaran, generalmente los más extenuantes.
.La propia independencia de la República Oriental del Uruguay vino como dictado extranjero. Los orientales lucharon para formar parte de la gran nación de las Provincias del Sur, e incluso el máximo líder, José Artigas, propulsó una confederación de todos los pueblos de la región, de la cual el país fue excluido sistemáticamente.
Con el tiempo, debido al enfoque colonial y extranjerizante, y a diversas situaciones históricas en otras partes del mundo, la población de la Banda Oriental se fue modificando.
Durante los diferentes períodos históricos, generalmente huyendo de la miseria y de las guerras, fueron llegando al territorio oriental miles de inmigrantes de Europa y del Cercano Oriente. Ellos trajeron una mezcla de sus propias maneras de ser, valores y leyendas, aportaron sus rebeldías y nostalgias, que de alguna manera terminaron impregnando las formas de pensar y actuar, utilizando algunos elementos autóctonos y otros incorporados con posterioridad.
Muchos colonos europeos trajeron su cultura agrícola que se instaló en algunas zonas del país, Canelones, Colonia y Litoral Sur del río Uruguay permitiendo el desarrollo de un país agropecuario al oeste de la república.
A pesar de estas limitantes originales, y utilizando los nuevos aportes, los criollos mestizos, africanos, mulatos, zambos, y los inmigrantes europeos y árabes acriollados, fueron dando forma a una cultura original que integró los diversos saberes y principios para generar nuevas identidades adaptadas con mayor o menor éxito a la naturaleza de la tierra.
La élite política desarraigada del trabajo agrícola y de la historia multiétnica, hizo lo posible para impedir dicho desarrollo. Las culturas criollas, gauchas y afro-uruguayas fueron discriminadas, desprestigiadas, confinadas a posiciones marginales. Los agricultores de origen europeo lograron hundir sus raíces y a través del trabajo agrícola se integraron en la sociedad criolla sintética emergente. Durante algunas décadas se logró establecer una base agrícola relativamente eficaz, acompañada de una tecnificación parcial de las actividades ganaderas.
Las élites políticas también actuaron con indiferencia o con comportamientos expropiatorios o burocráticos con relación a la cultura y producción rural.
A la fuerza se impusieron actitudes despreciativas del trabajo del campo.
Se creó un país hiper-urbanizado y patológicamente centralizado, se promovió el vaciamiento de la campaña, llegando a la situación absurda actual en donde una numerosa población urbana pretende nutrirse de los productos y alimentos proporcionados por un campo agobiado y desierto.
La élite política no parece comprender que la sociedad uruguaya contemporánea depende de la producción agropecuaria para mantener una voluminosa población improductiva que vive en las ciudades, alimentar un estado burocrático patológicamente abultado, pagar las crecientes deudas públicas al exterior y a los bancos y proporcionar ganancias al sistema financiero.
El mercado interno es pequeño y continúa disminuyendo cada día. Se limitan las posibilidades de sobrevivencia de la industria nacional. En el país de la lana cierran las últimas fábricas textiles. En Uruguay ya no se produce vidrio, ni jabón, ni cerámica, ni fósforos, ni duraznos en almíbar. Se importan ajos y cebollas de China o de España. Al mismo tiempo disminuyen los productores agropecuarios. Aumenta el desempleo en todas partes. Los jóvenes emigran sustrayendo la mano de obra que sería necesaria para mantener a la creciente población envejecida.
A través de la creación de zonas de libre mercado y aperturas comerciales, que se plantearon como panaceas, se fueron asfixiando amplios sectores productivos, fundamentalmente industriales, de la economía nacional. El Estado se ató cada vez más a un sistema financiero global que obtiene sus beneficios a través de un continuo sangrado de la producción y trabajo de las sociedades dependientes.
El Uruguay está sometido a los vaivenes de los precios internacionales de sus productos cuyos niveles están totalmente fuera del control de los productores y del gobierno
Baja el precio de los cereales, del arroz, de la carne, de la lana, y cada vez resulta más complejo comprar el petróleo y las maquinarias necesarias para la producción industrial competitiva, y para pagar las regalías por la utilización de la tecnología y de las marcas.
Al mismo tiempo el país se ha endeudado. Hoy debe cerca de 30,000 millones de dólares que continúan creciendo día a día. Son 10,000 dólares por habitante.
Tan sólo el pago de los intereses representa una porción muy elevada de los recursos financieros nacionales. Se procura atrasar los pagos pero la carga financiera amenaza el futuro de esta generación y de la próxima.
Aprovechando este momento de vulnerabilidad, y desde el propio gobierno, se promueven operaciones de extranjerización (llamadas “privatizaciones”) de los bienes y empresas nacionales. De a poco se busca ir entregando el control de los componentes productivos y financieros del sistema económico al capital transnacional.
Las ganancias que aquellos proporcionaban a la sociedad uruguaya, pasan a ser drenadas al exterior con el rótulo de “beneficios” o “transferencias” que las sucursales locales vuelcan hacia sus sedes empresariales fuera del país.
El empobrecimiento continúa. Las políticas de los grupos dominantes no hacen más que acentuar este proceso.
Es claro que esta situación no es sostenible. Sólo puede terminar en la muerte por inanición de la economía, en la desilusión colectiva irreversible, en definitiva, en la extinción de la nación.
Mientras este proceso continúa acelerándose sin salida a la vista, se mantiene una ilusión ideológica representada por una historia nacional fraudulenta que escamotea los verdaderos componentes de la antigua cultura criolla.
El más grande de los gauchos, José Artigas, creador de uno de los proyectos políticos multiétnicos más visionarios de la historia americana, fue “desgauchado”, transformado en una imagen de bronce, más parecida a la de un emperador romano, que a la de su verdadera naturaleza de rebelde libertario, que se atrevió a desafiar a los imperios y se rodeó de charrúas y minuanes, indios tapes, africanos cimarrones y criollos insurrectos.
El verdadero Artigas, su enfoque multicultural, su ideología federalista, la visión profundamente democrática, fueron escondidos.
La contradicción es clara. Un país unitario y centralista que pretende reverenciar, hipócritamente, al más grande de los federalistas. Una sociedad culturalmente racista y discriminadora que ha adoptado como su máximo adalid al viejo caudillo de las tolderías gauchas.
Al mismo tiempo que se continúan pronunciando discursos elogiosos a José Artigas, la clase dominante continúa quitándole el poder a las comunidades locales. Las autoridades departamentales tienen una jurisdicción muy limitada y están sometidas en gran medida a las decisiones del gobierno nacional que controla la mayor parte de los recursos financieros, los recursos naturales y sociales de los territorios departamentales.
Hubo intentos descentralizadores que encontraron una férrea oposición de la clase política. El primer gobierno departamental de Tabaré Vázquez de 1990 en Montevideo procuró crear Juntas Locales electivas a nivel barrial pero fueron derogadas en el parlamento, con mayoría oficialista de los Partidos Nacional y Colorado. En 1995 se aprobó una nueva constitución, fundamentalmente para incluir el balotaje e impedir el triunfo del Frente Amplio, cosa que se postergó por 10 años más. Afortunadamente, en ese momento a través de la insistencia de ciertos líderes políticos, en particular el Intendente de Rocha, Irineu Riet Correa se incluyeron elementos de descentralización política autorizando la creación de un tercer nivel de gobierno y separando en el tiempo las elecciónes nacionales de las departamentales. El propio intendente Riet Correa procuró descentralizar en forma real el departamento de Rocha, asignando a las diferentes juntas locales departamentales la administración de sus propios recursos, generando una oposición generalizada de los partidos políticos nacionales así como de los sectores departamentales de estos mismos partidos, así como del sindicatos municipal local. El intento fracasó a pesar de los esfuerzos por avanzar en la descentralización local en Rocha y en otras partes.
Sin embargo, algunos años después, ante la indiferencia de la mayoría de los actores políticos de los tres partidos, en forma agónica, al fin de período de gobierno, el Dr. Tabaré Vázquez impulsó una nueva ley que creaba 91 gobiernos locales municipales autónomos y electivo en todas las poblaciones con determinada significación demográfica. Finalmente a través de otra ley se constituyeron municipios en 112 núcleos urbanos de todo el país.
Este nuevo nivel si bien implica un gran avance formal y psicológico para las poblaciones locales, que pueden por fin, elegir sus propias autoridades, no tiene recursos propios dependiendo en lo económico de la buena voluntad de las juntas departamentales y de los intendentes.
A pesar de este progreso, los departamentos han perdido gran parte de su autonomía efectiva. Las principales decisiones sobre temas importantes, incluso sobre temas departamentales, se toman en Montevideo. Para las Intendencias Departamentales quedan meramente algunos temas territoriales y la gestión urbana.
Las autoridades municipales (del tercer nivel de gobierno) no tienen aún bien definidas ni sus competencias ni sus jurisdicciones.
El gobierno controla todos los aspectos financieros (incluso, en gran medida de las propias finanzas departamentales). También gestióna todos los aspectos de la educación, de la salud, de la previsión social, de los servicios de agua y energía, minería, ríos y arroyos, puertos y la construcción y mantenimiento de las principales rutas, y por supuesto, la mayor parte de la recaudación.
Como consecuencia de esta situación, la población uruguaya ha crecido dependiente de un sistema centralizado y ha perdido confianza en sus propias capacidades.
La gente ha olvidado que los principales factores productivos son locales y no dependen del “mercado global”, ni del dictado de ninguna autoridad financiera o burocrática.
Nos están vendiendo un proyecto de futuro global dirigido a transferir el control del mundo a unos pocos multibillonarios y empresas transnacionales, sin patria ni bandera, haciendo cada vez más dependientes a los pueblos.
El curso actual de la economía mundial nos está llevando a la destrucción del planeta y de la vida, en nombre del crecimiento económico y el “mercado”.
Sabemos que este camino no nos conduce a ninguna parte.
Existen otras opciones más allá del mundo financiero irreal y alienado con el que pretenden controlarnos ciegamente.
La buena tierra, el sol y la lluvia, la capacidad de trabajo de la gente todavía existen y son suficientes para proporcionar alimentos, energía y vestimentas a la población sin necesidad del visto bueno de nadie.
La diversificación productiva optimizando la utilización de los recursos locales y nacionales y la descentralización política y social permitirán destrabar el enorme potencial que existe por todas partes, una vez que las comunidades y los individuos se decidan a liberarlo.
Para ello basta mirar hacia el pasado y nutrirse de las enseñanzas que José Artigas impartió cuando propuso un país basado en la soberanía particular de los pueblos, el modelo federal.
Es necesario crear instrumentos para potenciar la capacidad productiva de la gente y que asegure que la producción nacional pueda moverse libremente, sin el parasitismo de los intermediarios inescrupulosos y especuladores. Hay que crear nuevos instrumentos de cambio, redes de trueque, unidades monetarias comunitarias y locales, liberar las enormes fuerzas sociales reprimidas por el estrangulamiento burocrático y financiero.
Se trata de repensar la historia, la economía y la vida a la luz de la historia verdadera y de las necesidades cambiantes de un mundo globalizado y agresivo.
Debemos confiar en la capacidad de los pueblos y de los barrios para resolver sus propios problemas, para crear sus propias riquezas y definir sus propios destinos, recordando las palabras de Don José que hoy se aplican más que nunca:
Nada debemos esperar sino de nosotros mismos...


No hay comentarios: