miércoles, 14 de abril de 2021

Dióxido de carbono: la demonización absurda del compuesto de la vida




El dióxido de carbono representa apenas un 0.04% de la atmósfera terrestre. Es realmente muy poco. Sobretodo si consideramos que el carbono es el cuarto elemento más abundante en el universo  después del hidrógeno, del helio y el oxígeno.

También es muy poco si lo comparamos con las atmósferas de los planetas interiores (Venus y Marte) donde el CO2 constituye más del 95% o sea 2375 veces más que en la atmósfera terrestre.

Por su parte, en la corteza de la Tierra los carbonatos (que son sales de carbono combinadas con varios elementos, como calcio y magnesio) constituyen el 4% por masa, lo que los hace los minerales más abundantes de la corteza después de los silicatos.

O sea, que al contrario de lo que se pueda pensar, el dióxido de carbono en la atmósfera terrestres, en términos geoquímicos, es extremadamente escaso.

También corresponde decir que no siempre fue así. Originalmente, hace 4,000 millones de años el CO2 era el gas predominante en la atmósfera terrestre primitiva.

Ese CO2 se fue oxidando y transformándose en carbonatos como son las calcitas y dolomitas, que son muy abundantes del los sustratos geológicos terrestres alcanzando, como decía anteriormente,  el 4 % del total de la corteza terrestre. Esa es la situación actual.

Esa disminución perjudicó a los organismos fotosintéticos, las cianobacterias que son las más primitivas, las algas pluricelulares y las plantas en general  que debieron adaptarse a niveles extremadamente bajos de CO2.   Si el contenido de CO2 fuera inferior a 150 ppm las plantas no podrían funcionar fotosintéticamente utilizando la luz solar para sintetizar su materia orgánica. O sea que 150 ppm de CO2 es el mínimo para la vida vegetal. No queremos que el nivel de CO2 disminuya por debajo de ese mínimo porque terminaría afectando toda la vida en la Tierra.

Por el contrario, mientras el nivel se mantenga en 400 ppm o crezca algo más podemos estar tranquilos. También podemos inferir que si ese nivel aumenta también aumentará la producción vegetal. O sea que en vez de preocuparnos por el aumento de Co2 deberíamos respirar aliviados.

Combatir el aumento del CO2 que, hay que insistir, continúa siendo muy marginal, apenas el 0.04%, aparece como una reacción alarmista absurda que no se basa en los datos de la realidad.

Uno se pregunta a que se debe esta disparatada reacción de algunas elites académicas y políticas contra el CO2?

A mí me parece que en gran medida este tipo de reacciones colectivas reflejan una vieja historia de dogmatismo religioso. Este dogmatismo que en cierta medida tiene origen biblíco postula que la humanidad es culpable por definición, o sea nacimos con culpa.  Y por supuesto, dado que somos culpables solo por haber nacido humanos, siempre hay que buscar algún motivo para justificar es supuesta culpabilidad. En este caso  la culpa se terminó adjudicando al CO2.

Nada menos que al CO2 que es el nutriente más importante del planeta, el compuesto de la vida, el alimento de las plantas e indirectamente también nuestro alimento. No solo esta nueva religión transformó al dióxido de carbono en el objeto de nuestras culpas, sino que también termina adjudicándole el carácter de contaminante.

El colmo del absurdo. No sé si los seres humanos como especie somos culpables de algo, y en fin, ni siquiera sé si la culpa como tal existe en el mundo natural.

Pero lo que si sé es que nuestra hipotética responsabilidad en el incremento del CO2 en la atmósfera esté invirtiendo los términos de la realidad. El alarmismo debería más bien enfocarse en esta obsesión mediática para imaginar futuras catástrofes como forma inconciente de justificar los viejos dogmatismos religiosos.

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