Dióxido de carbono: la demonización absurda del compuesto de la vida
El dióxido de carbono
representa apenas un 0.04% de la atmósfera terrestre. Es realmente muy poco.
Sobretodo si consideramos que el carbono es el cuarto elemento más abundante en
el universo después del hidrógeno, del
helio y el oxígeno.
También es muy poco si lo
comparamos con las atmósferas de los planetas interiores (Venus y Marte) donde el
CO2 constituye más del 95% o sea 2375 veces más que en la atmósfera terrestre.
Por su parte, en la corteza de
la Tierra los carbonatos (que son sales de carbono combinadas con varios
elementos, como calcio y magnesio) constituyen el 4% por masa, lo que los hace
los minerales más abundantes de la corteza después de los silicatos.
O sea, que al contrario de lo
que se pueda pensar, el dióxido de carbono en la atmósfera terrestres, en
términos geoquímicos, es extremadamente escaso.
También corresponde decir que
no siempre fue así. Originalmente, hace 4,000 millones de años el CO2 era el
gas predominante en la atmósfera terrestre primitiva.
Ese CO2 se fue oxidando y
transformándose en carbonatos como son las calcitas y dolomitas, que son muy
abundantes del los sustratos geológicos terrestres alcanzando, como decía
anteriormente, el 4 % del total de la corteza
terrestre. Esa es la situación actual.
Esa disminución perjudicó a
los organismos fotosintéticos, las cianobacterias que son las más primitivas,
las algas pluricelulares y las plantas en general que debieron adaptarse a niveles
extremadamente bajos de CO2. Si el
contenido de CO2 fuera inferior a 150 ppm las plantas no podrían funcionar
fotosintéticamente utilizando la luz solar para sintetizar su materia orgánica.
O sea que 150 ppm de CO2 es el mínimo para la vida vegetal. No queremos que el
nivel de CO2 disminuya por debajo de ese mínimo porque terminaría afectando
toda la vida en la Tierra.
Por el contrario, mientras el
nivel se mantenga en 400 ppm o crezca algo más podemos estar tranquilos. También
podemos inferir que si ese nivel aumenta también aumentará la producción
vegetal. O sea que en vez de preocuparnos por el aumento de Co2 deberíamos
respirar aliviados.
Combatir el aumento del CO2
que, hay que insistir, continúa siendo muy marginal, apenas el 0.04%, aparece
como una reacción alarmista absurda que no se basa en los datos de la realidad.
Uno se pregunta a que se debe
esta disparatada reacción de algunas elites académicas y políticas contra el
CO2?
A mí me parece que en gran
medida este tipo de reacciones colectivas reflejan una vieja historia de
dogmatismo religioso. Este dogmatismo que en cierta medida tiene origen biblíco
postula que la humanidad es culpable por definición, o sea nacimos con culpa. Y por supuesto, dado que somos culpables solo
por haber nacido humanos, siempre hay que buscar algún motivo para justificar
es supuesta culpabilidad. En este caso
la culpa se terminó adjudicando al CO2.
Nada menos que al CO2 que es
el nutriente más importante del planeta, el compuesto de la vida, el alimento
de las plantas e indirectamente también nuestro alimento. No solo esta nueva
religión transformó al dióxido de carbono en el objeto de nuestras culpas, sino
que también termina adjudicándole el carácter de contaminante.
El colmo del absurdo. No sé
si los seres humanos como especie somos culpables de algo, y en fin, ni
siquiera sé si la culpa como tal existe en el mundo natural.
Pero lo que si sé es que
nuestra hipotética responsabilidad en el incremento del CO2 en la atmósfera
esté invirtiendo los términos de la realidad. El alarmismo debería más bien
enfocarse en esta obsesión mediática para imaginar futuras catástrofes como
forma inconciente de justificar los viejos dogmatismos religiosos.
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