jueves, 4 de agosto de 2022

 Segunda Parte Más allá del océano


De todas partes vienen (novela de Danilo Antón)

(continuación del capítulo: “Más allá del océano”)

La columna iba avanzando lentamente. Adelante varios

jinetes encabezaban la marcha, otros secuestradores con

perros controlaban lateralmente los movimientos de los

prisioneros. Atrás, otros tantos jinetes cerraban la caravana.

Antes que se hiciera la noche, aprovechando el estiaje,

atravesaron el río Cuanza, y al cabo de varios días de caminata

llegaron a la costa atlántica desde donde partían los

buques para su travesía transoceánica.

A fines del siglo XVI, en el sur del litoral angoleño, se

había establecido el fuerte Benguela, que fue uno de las

primeras plazas portuguesas para la conquista y colonización

del territorio contiguo. Algunas décadas más tarde,

se fundó la ciudad de Benguela propiamente dicha, que

fuera utilizada como puerto de llegada y embarque de

los esclavos secuestrados en el interior del país. Debido

a la escasa profundidad en las cercanías de la costa, los

buques debían anclar a varias cuadras de la orilla, hacia

los cuales debían transferirse las cargas utilizando embarcaciones

de menor calado. Fue a esta ciudad que llegó

la expedición con los prisioneros nganguela.

En esos momentos, caían las primeras lluvias de la estación

húmeda y comenzaban a llenarse de barro las calles

de tierra de la ciudad.

Había mucho movimiento, pasaban carruajes y jinetes

en todas direcciones. Sobre la costa se veían varios veleros

esperando recoger sus cargas humanas, y algunos

botes llevando y trayendo tripulaciones y cautivos a las

embarcaciones.

Al principio, los prisioneros eran mantenidos en un gran

espacio abierto cercano a los muelles, para luego ser

trasladados a grandes galpones, hombres en un sector,

las mujeres en otro. Allí fue que Lukamba vió por

última vez a su madre, quien lo miraba con ojos casi

resignados frente al tratamiento inmisericordioso que

estaban recibiendo..

Pedro D’Agostinho, capitán del velero São Jorge, había

arribado la noche anterior. Venía desde Río de

Janeiro con las bodegas casí vacías, apenas algunos

encargos del Almirante Joazinho da Silva que incluían

muebles, platería y armas, a lo que se agregaba un

cargamento de aguardiente de Bahía, Este permitiría

mantener contentos a los intermediarios angoleños

que eran quienes proporcionaban los esclavos, que

eran la base del negocio.

El capitán Pedro sabía que las bodegas estarían llenas

para su regreso a Brasil. Llevaría por lo menos unos

200 esclavos, que contando las bajas por enfermedades

y suicidios, serían por lo menos 150 para la venta

en los mercados cariocas. Pensaba que, de no mediar

ningún contratiempo, el viaje dejaría un buen margen

y compensaría con creces los trabajos y molestias de

la travesía.

Los siguientes días Lukamba los pasó tirado en el suelo

y encadenado. Los guardias que le hablaban y gritaban

en ovimbundo y portugués, le alcanzaban una vez por

día una torta de mandioca o maíz y un jarro de agua con

los cuales tenía que aguantar el resto de la jornada. El

ambiente era caluroso y fétido. Los cautivos debían hacer

sus necesidades en el mismo lugar donde se encontraban,

aumentando la pestilencia.

Durante su estadía en el lugar vio acercarse varios hombres,

blancos, africanos y misturados que casi seguramente

discutían del precio y destino que habrían de darle a los

prisioneros. Entre ellos estaba Dom Pedro D’Agostinho.

Pasaron varios días en ese ambiente hediondo hasta que

llegaron más guardias acompañados por hombres uniformados

que les ordenaron levantarse, ponerse en fila y

caminar hasta el muelle. Allí los dispusieron en grupos de

veinte para ser gradualmente embarcados en chalanas

rumbo a los buques que los esperaban anclados a una

distancia prudencial de la costa.

Los cautivos eran, en su gran mayoría, individuos muy

jóvenes, incluyendo muchos adolescentes y niños de ambos

sexos. Los varones estaban apretujados en los dos

pisos inferiores de la bodega del barco, acostados horizontalmente

y encadenados a sus literas. Las mujeres,

también encadenadas, habían sido ubicadas en el piso

superior, dispuestas de la misma forma.

El personal de abordo del buque estaba constituido por

una treintena de tripulantes, varios portugueses de la

metrópoli, algunos “lançados” de Guinea y del Congo

y un par de africanos. De estos últimos, solamente un

hombre ovimbundo daba órdenes comprensibles para

Lukamba. El otro africano venía de Dahomey donde se

hablaba un idioma totalmente diferente.

Durante el viaje Lukamba intentó conversar con los compañeros

de travesía contiguos a su litera, pero no logró

hacerse entender. No había ningún nganguela cerca.

Pudo comprobar que había ovambos, ambundos e incluso

algún herero capturado en el sur. Como todos los

nganguelas, Lukamba tenía nociones de ovimbundo, que

era en cierto modo la lingua franca de Angola central.

También sabía algunas palabras sueltas de portugués

debido a la presencia prolongada de esta potencia colonial

en las zonas costeras, pero las lenguas de los

países africanos del norte y del sur le eran totalmente

incomprensibles.

El capitán del São Jorge había programado el viaje en esa

época para aprovechar los vientos del este, los famosos

alisios o easterlies, como eran llamados por los marinos

ingleses, Estos vientos ayudaban la navegación hacia el

oeste y acortaban sensiblemente la travesía desde África

a las costas de Brasil.

El viaje fue tranquilo y rápido. Ninguna tormenta fuera de

lo común, apenas unas marejadas de corta duración

Algunos cautivos se enfermaron, y hubo una decena que

murieron y fueron arrojados por la borda como solía hacerse.

Por lo demás no hubo mayores problemas.

Al fin del trayecto el buque estaría llegando la Bahía de

Guanabara en la costa brasileña con más de 150 prisioneros

africanos que serían vendidos en el mercado local. (continúa)








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