martes, 23 de junio de 2020


El Chasque de Artigas

Por el camino de los troperos hasta la Ilha das Cobras 
El jinete se asoma a las sierras cercanas a Sorocaba en la región de São Paulo en Brasil. Monta un caballo tostado y lleva al tiro una yegua alazana. Sus rasgos amerindios son inconfundibles. Calza botas de po­tro, viste calzoncillos y chiripá, una camisa gris holgada y un sombrero “panza de burro”. Francisco de los Santos detiene su marcha y observa el valle que se extiende a la distancia. A lo lejos se puede ver la torre de la iglesia y algunas casas de dos plantas que anuncian la presencia de una ciudad importante. El camino que conduce a Sorocaba desde el sur tiene un tráfico bas­tante intenso. En las últimas leguas recorridas Francisco ha encontrado tropas de vacunos transportadas por hábiles troperos para su venta en la ciudad. El camino que conduce a Sorocaba desde el sur tiene un tráfico bastante intenso. En las últimas leguas recorridas Francisco ha encontra­do tropas de vacunos transportadas por hábiles troperos para su venta en el mercado sorocabano. En otros tiempos por aquí venían las recuas de mulas de Santa Fe pero la guerra había cortado abruptamente su llega­da. Los vacunos provenían de las vacarías del planalto y de las praderas pampeanas de Río Grande y la Banda Oriental, que los portugueses ha­bían denominado Provincia Cisplatina Francisco sabía que allí, en la ciudad cercana, lo esperaba un intenso movimiento. La feria de Sorocaba era uno de los puntos de comercio e intermediación de animales más importantes de las colonias del Brasil. En su prolongado itinerario Francisco había sobrepasado tropas que se movían con extrema lentitud y a veces demoraban varios días en cruzar los principales cursos de agua. Se acordaba del paso del cauda­loso Iguazú que precisamente en esa época estaba muy crecido debido a las lluvias de verano. Allí habían miles de cabezas y decenas de tro­peros acampando a la espera del reflujo. Afortunadamente sus habilidades de jinete vadeador le permitieron realizar el peligroso cruce con su caballo ayudado por una canoa de cueros (lo que en el sur llamaban “pelotas”) que le cedieron unos peo­nes de faena kaingang que tenían sus toldos en las cercanías del paso. El camino dos tropeiros estaba bien “desmatado”. Luego de dos si­glos de tráfico era una franja bastante ancha de pastizales con un muro de árboles en cada costado, lo que los botánicos llaman hoy la “mata atlántica”. Ya hacía cuatro meses, un cinco de septiembre del 1820, que Fran­cisco había partido de Corrientes cruzando el río Uruguay desde Santo Tomé a San Borja. Había salido de San Borja con 4,000 patacones que le había confiado Don José Artigas y acompañado de cuatro fieles criollos, dos solda­dos tapes de nombre Guaraví y Amarillo, un pardo llamado Eustaquio y un portugués españolizado de apellido Rocha. Al principio había partido con dos montas. El más querido era Fandango, un tostado que era su caballo desde los tiempos de Purificación, y Carola, una yegua zaina que debió abandonar en Xauxeré porque había quedado renga. Fandango había resistido todos los embates del camino, cruzó ríos nadando, soportó lluvias y todo tipo de pasturas. En Xauxeré, había obtenido otra yegua alazana que lo había acompañado junto con Fan­dango hasta las cercanías de Sorocaba donde estaba. Tal vez ahora tendría que pensar en renovar su yunta aunque Fran­cisco era de los gauchos que se encariñan con los caballos y le costaba abandonarlos en medio de un viaje. Guaraví y Amarillo se separaron de Francisco a los pocos días de iniciado el itinerario en campos de Santo Angelo y continuó solo con Eustaquio que aguantó mucho más y solo se despidió al llegar al Iguazú donde conoció una china con la que hizo amistad y un poco más. En ese momento Francisco conservaba la mayor parte de la suma que Artigas le había confiado a orillas del Paraná: más de 3,500 pataco­nes en plata y algo así como diez mil reis que había venido utilizando para los gastos de la travesía. Pensaba guardar 500 patacones para su regreso lo que le permitiría hacer llegar unos 3,000 a los orientales prisioneros que tal vez pudieran servirles para comprar su libertad. Al llegar al centro de la ciudad Francisco se entreveró en la muche­dumbre sin problemas, una caravana multicolor a pie, a caballo y en carros y carretas. Había hombres y mujeres de todas las razas. Indios tupinikin, carios y kaingang, africanos libertos y esclavos de Angola, Mina, Mozambique y Dahomey, caboclos y portugueses, se cruzaban en las barrosas calles de Sorocaba. Se acercó a una hospedaria, ató sus caballos a un palenque cercano a la pensión y solicitó hospedaje por esa noche, para poder descan­sar antes de emprender la etapa final que lo llevaría hasta la bahía de Guanabara. Allí lo esperaban los criollos prisioneros de la Ilha das Cobras. Algunos días después, el 5 de enero de 1821, Francisco entraba en Río de Janeiro mezclándose con una multitud de gente que iba y ve­nía en todas direcciones. En esa época Río era la capital del extenso Imperio portugués de Brasil donde se concentraban gran parte de las actividades políticas y administrativas del país. Hacia o desde Río confluían o irradiaban productos y personas. En ese sentido un jinete criollo guaraní que además hablaba bien la lingua geral y el portu­gués, podía pasar desapercibido por sus calles. Por esa razón Fran­cisco de los Santos pudo atravesar la ciudad hasta llegar al destino previsto, la fortaleza militar de la Ilha das Cobras. Le aguardaban allí sin saberlo Juan Antonio Lavalleja, Fernando Otorgués, Manuel Francisco Artigas y otros líderes de la revolución oriental. (continúa en el capítulo 2 del libro Crónicas de la Peripecia Humana, D.A., Piriguazú Ediciones
Francisco de los Santos, también conocido como el chasque de Artigas, era un criollo mestizo afro-guaraní a quien José Artigas, antes de cruzar el río Paraná para exilarse en Paraguay, encomendó la misión de llevar 4,000 patacones a los líderes orientales presos en la Isla das Cobras, en Río de Janeiro.
A lomo de caballo recorrió casi 2,000 kilómetros durante más de 4 meses. En Río de Janeiro pudo acceder a la Brigada Real da Marinha en la isla y aparentemente tuvo éxito en su tarea. Luego de entregar el dinero para los prisioneros regresó a la Banda Oriental donde se incorporó a las luchas de la cruzada libertadora. Poco después, los orientales presos fueron liberados. Participó durante varios años en el ejército oriental llegando incluso a ser comandante militar en Santa Teresa y Rocha. Finalmente se asentó en el paraje Vuelta del Palmar cerca del emplazamiento de la actual ciudad de Castillos. Este video es una versión ficticia sobre la misión de Francisco de los Santos que fue concebido como un homenaje a este sacrificado luchador. Basado en un capítulo del libro Crónicas de la Peripecia Humana de Danilo Antón, publicado por Piriguazú Ediciones.


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