(fragmento del libro testimonial "Cosas de Negros" de Vicente Rossi publicado en 1926)
La popularidad que conquistaba la Milonga danzable sugirió
en el suburbio un nuevo lucro, y se instalaron "salones de bailes
públicos" con el consabido anexo de "bebidas". En Montevideo
fue. Más o menos uno por barrio: el Puerto, el Bajo, la Aguada, el Cordon,
etc.; no alcanzaron la media docena. Los mas famosos y que subsistieron hasta
ser los últimos en desaparecer fueron el titulado "Solis y Gloria",
del suburbio marítimo, y el "San Felipe", del barrio orillero del
Cubo del Sud, llamado entonces el Bajo. Nos referimos a los verdaderos
"salones de baile", a las "acade-mias", no a otros que
tambien tuvieron su fama, pero que utilizaban la danza como antesala del
libertinaje, no haciendo de ella una espe-cialidad sinó un medio.
Este ensayo completo titulado "La Academia" figura
en la pequeña antología El Compadrito (Su destino, sus barrios, su música),
selección de Silvina Bullrich Palenque y Jorge Luis Borges, colección Buen
Aire, Emecé, Buenos Aires, 1945, págs. 88-108.
Solo el "San Felipe" lució de subtítulo:
"academia de baile", que se generalizó y sirvió para distinguir esos
locales. No son cosa antigua las "academias"; la última, la "San
Felipe", se clausuró en 1899. Viven, pues, muchos que la conocieron sin
sospechar que allí se incubaba el famoso Tango, entre mujeres de la peor facha,
compadraje profesional temible y ambiente espeso de humo, polvo y tufo
alcohólico.
Los empresarios de tales "salones" contaron para
su instalacion con el elemento creador de la Milonga, único recurso para llenar
el objeto a que se destinaban; en consecuencia, los cuartos de las chinas y el
suburbio de avería volcaron en ellos técnicos y clientela. Guías de gallardetes
y flores de papel los cruzaban en todas direcciones en mision de adorno.
Alumbrado a kerosene. Asientos... apenas unos bancos arrimados a la pared, en
los que unicamente se sentaban las mujeres a la espera de la demanda; para los
músicos varias malas sillas, y luego: público, clientes y hasta el
bastonero-administrador, de pie. Las orquestas de los "bailes
públicos" solían componerse de media docena de musicantes, generalmente
criollos y virtuosos del "oido"; los mas inspirados componían los
bailables que habían de acreditar el local. En mayoría instrumentos de viento,
porque el entusiasmo se sostenía en razon directa del estrépito. No se conocía
el "bandoneon", que es un mal reemplazante del mentado
acordeon-piano, que no to-dos dominaban, y que lo mismo que el acordeón común únicamen-te
se usó en los bailes del pueblo y en los sucuchos orilleros. No solo Milonga se
bailaba en las "academias", tambien se rendía culto al repertorio
íntegro de los salones sociales: valse, polka, mazurka, chotis, paso-doble,
cuadrilla; todo energicamente sometido a la técnica milonguera.
Las danzaderas, pardas y blancas. No se les exigía ningun
rasgo de belleza, sino que fueran buenas bailarinas, y lo eran a toda prueba.
De indumentaria, pollera corta, sobre enaguas muy almidonadas y esponjadas; las
única polleras cortas que se conocieron entonces y las mismas de la moda
actual; ese detalle no era, como lo es hoy, un medio de tentar "exhibiendo
el artículo"; lo requería la faena, porque con pollera larga habría sido
imposible maniobrar en el -corte". El desecho femenino del suburbio alegre
se amparaba en los duros bancos de aquellos locales. Terrible maldicion para la
mujer de vida airada predecirle que concluiría su destino en una
"academia"! No se bailaba por el momentaneo contacto con la mujer,
sinó por el baile mismo. La compañera completaba la pareja, por eso no se le
exigía más atractivo que su habilidad danzante.
Aquellas infelices actuaban sin descanso desde las primeras
horas de la noche hasta el alba, resistiendo una tarea aplastadora. No tenían
sueldo, y dividían con el empresario los honorarios (unos centésimos), que
conforme a tarifa fija les abonaba el cliente por cada pieza. Merece especial
mención la parte que ellas desempeñaban en aquel agitado danzar. Llevadas al
capricho del compañero al impulso de las figuras que él mismo provocaba, era fácil
perder el compás, y debían cuidarse de ello para no desacreditarse, por eso
cultivaban la habilidad de adivinar el desarrollo de aquel trajín. A la
consiguiente tensión imaginativa añádase el zamarreo a que iban sometidas, llevadas
por delante, ya sacudidas, ya enancadas sobre un muslo del compañero, ya
dobladas hacia atrás. Semejante tarea fatigosa y brutal, agregada al uso del
alcohol y tabaco, sustraía a la mujer las timideces naturales de su sexo, la
masculinizaba, despojándola de los restos de atractivos que hubiese tenido.-
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