Introducción (al libro Amerrique, los huérfanos del paraíso)
Escucha el clamor que te envío,
Ñamandú, Padre Verdadero, el Primero
En torno a nuestros pocos fogones
Nosotros poquísimos huérfanos de tu paraíso
Nos damos ánimos los unos a los otros
Para seguir viviendo en esta tierra, tu morada[1]
Esta invasión fue sucedida por una compleja y sistemática operación de
eliminación de pueblos, culturas y ambientes cumplida a través de innumerables
violaciones de los derechos más elementales de sus habitantes. Fue una
exterminación de una escala y magnitud nunca vista. Murieron o fueron
esclavizadas millones de personas. Los bosques fueron quemados y talados.
Muchos animales extinguidos. Las aguas envenenadas. La Tierra agredida en una
forma desconocida y difícil de imaginar.
Estamos en 2018. Han pasado 524 años desde aquél fatídico día. Todavía hoy la degradación, el
saqueo y el genocidio continúan. La Madre-Tierra agoniza frente a los ataques
que no cesan. Las escasas poblaciones sobrevivientes, vagando sin rumbo,
huérfanas de una naturaleza que ya no existe, siguen siendo víctimas de robos,
desconocimientos y servidumbres.
Sus derechos continúan alienados. Si bien existe una “Carta Universal de
los Derechos Humanos”, cuando se trata de los derechos de las Primeras Naciones
Americanas, sus normas no se aplican. Los habitantes nativos de América no son
verdaderos sujetos de derecho. Son tan solo indios.
Grandes Poderes, escúchénme,
El pueblo está destrozado y
desparramado
Dejen que los vientos reunan
las semillas,
Para crecer con fuerza
nuevamente,
en un hermoso lugar nuevo[2]
Cientos de naciones, que ocupaban vastos territorios, que utilizaban la
tierra con eficacia y respeto, fueron diezmadas, desaparecidas, despreciadas,
vilipendiadas, destruídas... Los
sobrevivientes de la Gran Matanza se esconden en sitios remotos, disimulan su
condición, esparcidos en varios miles de pequeñas comunidades a lo largo y a lo
ancho del continente.
No tienen derecho a conservar su identidad, son invadidos contínuamente
por nuevos misioneros de las más variadas religiones y sectas, cargados de
mensajes de alienación y abundantes recursos. En las sociedades criollas se les
desprecia, se les niega su derecho a gobernarse, aún a nivel estrictamente
local. Se ahogan sus idiomas, se ridiculizan las ceremonias, se les obliga a
cambiar sus modos de ser, sus sistemas productivos, sus prácticas sociales, sus
vestimentas, sus nombres. De las miles de naciones que había en América en el
siglo XV, apenas sobrevivieron unas pocas, también amenazadas de extinción
próxima. El genocidio continúa.
Nací
vanamente
En vano
salí de la Casa de Tlalteotl
el Señor
de la Tierra
desnudo y
paupérrimo
(soy un
desdichado...!
Mejor no
hubiera nacido
ni venido
a la Tierra[3]
A medida que las Primeras Naciones desaparecen, se pierden sus sistemas
de relacionamiento con el ambiente, su profundo respeto por las plantas, por
los animales, por las aguas, por los cerros de piedra... Los espíritus que
cuidan los elementos de la naturaleza, los caa
iya, los qwani, los curupí de las selvas, los nahuales del monte, las chuleles
que vigilan las aguas, la Ñuke-mapu que
atienden la naturaleza y sus cultivos, han sido olvidados, subestimados,
caracterizados como supercherías de pueblos primitivos y atrasados.
Mientras tanto las talas de bosques continúan, los incendios se
extienden hasta los últimos confines de la tierra, los ríos se cargan de
sedimentos y venenos, el aire se ha vuelto tóxico y hasta la luz del sol se ha
hecho peligrosa.
Estos entuertos y desatinos son el resultado de una forma de ocupar el
territorio que además de inmoral, ha sido dañina hasta sus últimas
consecuencias.
¿Quienes son los pueblos atrasados, bárbaros, primitivos?
La paz... se adentra en las
almas de los seres humanos
cuando se dan cuenta de su carácter único,
con el
Universo y todos sus poderes, cuando comprenden
que en el centro del Universo
existe Wakan-Tanka
y que este centro está en realidad en todas partes,
dentro
de cada uno de nosotros[4].
Hoy podemos apenas darnos cuenta hasta que punto hemos llegado. Los
estados territoriales criollos se han estabilizado, están legitimados globalmente, nadie osa contestar
sus soberanías. El gobierno de Canadá está autorizado por las sociedades de
naciones para hablar en nombre de los inuit o de los haida, el gobierno de los
Estados Unidos puede afirmar que el antiguo país cherokí al igual que las
tierras ancestrales de los cheyennes, los lakotas o los iroqueses. están ahora
divididas en estados y condados, Con el antiguo nombre de México, que disimula
la realidad opresiva que ha caracterizado al estado mexicano, los descendientes
ideológicos de los imperialistas españoles han controlado la economía y la
cultura por siglo, manteniendo en el ostracismo a las numerosas Primeras
Naciones del país. Se habla aún nahuatl pero su uso está relegado a los
sectores más aislados y pobres de las mesetas mexicanas. Los mayas de Chiapas y
Yucatán han vivido un prolongado exilio en su propia tierra. Otros mayas,
juntos con lencas y guaymies permanecen ignorados y relegados en varios
pequeños países, antiguas provincias coloniales españolas, sin que se reconozca
sus nacionalidades como tales.
Las culturas nacionales del Alto Orinoco, jibi, yekwana y yanomami,
entre otras, se defienden del carácter agresivo de la nueva colonización que
sigue sin respetar los derechos de la gente. La Amazonia es un teatro de
avances imperiales disfrazados de “crecimiento económico”. ¿Quien otorgó el
derecho a destruir la naturaleza amazónica y a sus habitantes a los estados
territoriales que se llaman Brasil, Peru, Ecuador, Bolivia, Colombia,
Venezuela, Guyana y Surinam?
La respuesta es sencilla: nadie que tenga potestades ni calificaciones
para hacerlo.
El control de estos territorios se basa solamente en la fuerza bruta que
las naciones imperiales europeas ejercieron por siglos por su propia decisión y
arbitrio. Hoy estos estados-territoriales son simplemente herederos de aquella historia
de atropellos.
España, Portugal, Inglaterra, Francia y Holanda invadieron, ocuparon,
esclavizaron, mataron, violaron, robaron y luego establecieron sistemas legales
basados precisamente en ese atroz legado de violencia y desrespeto.
Introdujeron la propiedad de la tierra, pero no
se la permitieron a los pueblos nativos que hacía milenios que la poblaban. En
cambio, se dedicaron concienzudamente a
repartirla entre ellos mismos, eliminando sistemáticamente a sus
legítimos ocupantes o simplemente forzándolos a permanecer como mano de obra
esclava en las nuevas encomiendas, plantaciones, haciendas y
minas. La mayoría de los propietarios actuales de las tierras americanas
basan su derecho en este origen fraudulento.
Junto con la tierra, los
invasores se apoderaron de la fuerza de trabajo de los pueblos autóctonos.
Estos, que vivían en una situación de libertad, fueron forzados a servir a los
tiránicos amos extranjeros. Muchas de estas naciones disfrutaban de una amplia
libertad individual desconocida en Europa. En pocas décadas la dominación
foránea habría de terminar con ella.
Nosotros nacemos hermanos libres y unidos, cada uno es tan señor como el
otro, mientras que ustedes son todos siervos de un solo hombre. Yo soy el amo
de mi cuerpo, dispongo de mí mismo, hago lo que deseo, soy el primero y el
último de mi nación.... sujeto tan solo al Gran Espíritu.[5]
[1]Extraído
de “El Canto Resplandeciente” de los m’bya guaraní, p.28
[2].Canción
que cantaba Lobo Pequeño cuando su comunidad cheyenne decidió volver a su
tierra desde la reserva en donde habían sido confinados en 1878 (extraído del
libro Cheyenne Autumn, de Mari Sandoz).
[3].Poema a
la Brevedad de la Vida, Canto XXXVI, Los Cantos de Nezahualcóyotl.
[4].Alce
Negro citado por Joseph Epes Brown, referido por Ed McGaa, Eagle Man en el
Rainbow Tree, página 161.
[5].Explicación
que le diera un hurón al Baron de Lahontan, referida por Weatherford, Jack,
Indian Givers, p.123.
De Ameerrique, los huérfanos del paraiso, D.Antón, Piriguazú Ediciones
Ilustración María Esther Francia
De Ameerrique, los huérfanos del paraiso, D.Antón, Piriguazú Ediciones
Ilustración María Esther Francia
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